Por David Martín del Campo.- Había que buscar los bidones de gasolina. Las colmenas estaban siendo atacadas por las hormigas y ni modo, con chorros de gasolina debíamos incendiar aquellas riadas de insectos apoderándose de los cajones de miel. Debíamos echar el chorro de gasolina y luego aventar el cerillo encendido… ¡fuooom! En cosa de media hora lográbamos controlar la invasión que, alguien que vio la película, le puso nombre: “Marabunta”.

         De modo similar marchan hoy miles de centroamericanos por la carretera de Ixtepec buscando arribar, esta semana, a la ciudad de Oaxaca, al tiempo que una segunda caravana permanece en la frontera de Tapachula, con pronóstico indefinido, ante las rejas limítrofes sobre el río Suchiate. Lo de esos hondureños (y no pocos salvadoreños) es la desesperación. Marchan dispuestos a todo, casi todo, con tal de llegar al paraíso dorado de California y Florida, donde viven algunos de sus parientes.

         No es que la caravana sea, como tal, una romería de fe. No se trata de reventarse los pies (aunque la aglomeración sirve para el efecto mediático de la fotografía aérea) sino de cumplir el trayecto por cualquier medio posible, preferentemente de aventón en camioncitos, o “jalón”, como lo llaman ellos. Pretenden llegar a la frontera con Estados Unidos, solicitar asilo y cruzar, en calidad de refugiados, para completar su éxodo de pesadilla.

         La sospechosa coincidencia de estas caravanas con el proceso electoral norteamericano, el 6 de noviembre, pareciera inscribirlas como un componente argumentativo en beneficio del proyecto republicano, trumpista, de cerrazón patriotera y alardes xenófobos. Los “migrantes” entrevistados por la televisión coinciden en señalar las causas de su desesperada decisión: la violencia cotidiana apoderada de sus comunidades y, por lo mismo, la imposibilidad de hacer vida civil. “Mataron a mi padre… a mi hermano, a mi familia”, es lo que repiten unos y otros, porque las bandas criminales (salvatruchas y similares) asolan al subcontinente dominado, en los hechos, por los sicarios de aquellos cárteles.

Entonces, ¿qué es lo que sigue? La solución 1 es la que ha propuesto míster Trump: erigir un muro que contenga, o por lo menos controle, el tránsito ilegal de los forasteros. La solución 2 tiene mucha palabrería… foros, declaraciones humanitarias, convocatorias, diplomacia y anuncios de inversiones para el empleo y la pacificación regional. Lo mismo que ocurre en Europa, con la inmigración permanente de africanos subsaharianos y árabes de Este que llegan por todos los medios.

De la Muralla China (20 mil kilómetros) al muro que rodea Cisjordania (720 km.), no hay mucha diferencia al que se propone el mandatario norteamericano para detener la migración del sur. Con la(s) caravana(s) de hondureños en marcha hacia su territorio, van sobrando argumentos para construir el muro que, por cierto, inició Bill Clinton en 1994 en el tramo Tijuana-San Diego.

El problema de origen está en la especie humana. Sin esas migraciones masiva seguiríamos habitando la cuenca de Tanganica y nunca nos habríamos animado a peregrinar, 20 mil años atrás, por el estrecho de Bering. El imperio azteca fue consecuencia de la séptima peregrinación, desde Chicomostoc, que fundó la ciudad imperial de Tenochtitlan. Mussolini no hubiera instaurado el estado fascista en Italia sin la “gran marcha” sobre Roma de agosto de 1922. Lo mismo que Mao-Tse, el líder de la Revolución China, que salvó su ejército con la “larga marcha” hacia Ya-Nan durante el año de 1934. ¿Y la Marcha Verde convocada en 1975 por  el monarca marroquí Hassán II para invadir el Sahara Occidental administrado por España? ¿O el actual éxodo venezolano huyendo por millones de la ruina que es la administración de Maduro?

Tenemos mala memoria, o los medios tecnológicos han contribuido a la amnesia que padecemos de nuestra misión primigenia. Si tenemos dos piernas largas es para ejercer como andarines, con muros o a pesar de ellos, porque migrando es como la especie ha sobrevivido a la hambruna y las condiciones de estrechez. Igual que aquellas hormigas invadiendo las colmenas en mi niñez, y míster Trump buscando el bidón de gasolina.