Por David Martín del Campo.- El antiguo perteneció a los profetas. Abraham, Isaías, Ezequiel, Malaquías… El nuevo testamento correspondió a Jesús y las enseñanzas que nos legó, las bienaventuranzas, la agonía y el éxtasis.
Ahora asoma un tercer Testamento que hace meses habría sido inconcebible. La nueva normalidad, la vida en permanente confinamiento, que sobrevivan los fuertes de la manada. ¿Cómo llamarla? ¿Renovado Testamento? ¿Novísimo, Futurista, Non plus ultra?
El mundo como nunca fue concebido. Así iniciará la nueva civilización post-covid, ausente de abrazos, besos, apretones de manos y lo demás. Iniciar de cero, pareciera ser la consigna, ahora que la crisis apenas asoma anunciando un año, o dos, o tres, de privaciones y aflicción. Sí, que la recuperación ya viene… espérense tantito. Tantito. Pero lo del borrón y cuenta nueva está ahí, en las conversaciones (telefónicas) con los amigos. Como si todos estuviésemos despertando de la gran cruda global. ¿Lo sentiste? ¿A qué horas fue? No el terremoto, sino lo demás. La especie humana que, desde abril pasado, dejó de ser homo sapiens para transformarse en homo ore involuto (es decir, “hombre de boca tapada”). Como autómatas de ciencia ficción guardándonos el rostro y las cortesías. Ahora la normalidad radica en el Home-office, las tele-pizzas, el obligado cubrebocas y las añoranzas de un tiempo mejor desde el balcón del sexto piso.
Ha sido un vuelco de magnitud catastrófica; por eso al mirar las escenas de Beirut devastado no nos sorprendimos del todo. Era lo mismo que nos estaba ocurriendo, pero sin tanto dramatismo detonante. El Novísimo texto inicia con una bienaventuranza: “En aquel tiempo los que tenían ingresos comenzaron a rozar la mendicidad, y los mendigos de entonces incrementaron por millones las filas de los desheredados. Fue el fin de toda esperanza, los horizontes se incendiaban, así inició aquella guerra de todos contra todos por un mendrugo de pan.”
Desheredados contra complacientes. ¿Cómo llamar a lo que antes era caridad cristiana? Si doy una limosna, ¿lo contagio o me contagia? La patria menesterosa que asoma en las esquinas, cada vez más, y la solidaridad guardada por el miedo al microbio. Y encima que el cubre bocas nos presenta como forajidos, ya no como en las cañadas chiapanecas de 1994, sino como los inocentes ladrones de la combi que, en el primer descuido, entregan la vida ante la ira del linchamiento.
Recomiendan no hablar (por lo de las burbujas de saliva en el aire), no salir de casa (“¿qué hay más allá de la reja?”, se preguntan algunos nenes), hemos perdido el rostro y al esconder la cara somos, automáticamente, ¿descarados? Luego nos enteramos que los nuevos sherifes han prohibido las papitas y los refrescos; entonces que alguien nos diga, cuánta “grasa trans” tienen las memelas ofrecidas fuera del mercado. Sí, de lo que se trata es de conducirnos, por todas las vías, a la infelicidad.
El novísimo Testamento referirá de qué modo el miedo se convirtió en norma de vida. La desconfianza fue el nuevo slogan y la escuela pasó a ser una telenovela ilustrada en horario familiar. Escuelas sin niños y niños sin escuela. “Papá, en tus tiempos, ¿cómo era eso de los recreos?”. La Nueva Normalidad Anormal obligó, entonces, al replanteamiento de los textos escolares. Como aquel libro de Historia Patria que refería: “En 2020 inició el fin del mundo, por lo menos como era concebido hasta entonces. La propiedad dejó de ser un valor, lo mismo que el trabajo, o la familia, o la fraternidad entre los hombres. La
sana distancia fue elevada como un principio esencial en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, y aquel que osare profanar el metro y medio sería llevado a los tribunales de lo civil”.
La primera página del Génesis lo apunta: “En el principio fue el caos”. El novísimo Testamento lo refrendará después del Pentatéuco y los Reyes y los Evangelios: “Después el caos retornó, y el abismo y las tinieblas. Como en el origen”. ¿No han revisado los pronósticos del INEGI?