Por David Martín del Campo.- Arrasar con todo. ¡Grrrr! “No dejaremos un ladrillo sobre otro”. Los vientos de fuego soplan por todos los rincones. “Que arda la Patria y luego, ya veremos… eso les pasa por vivir entregados a la delicias pecaminosas del neoliberalismo”.
Ahora ha tocado turno al pobre osezno de nuestra infancia, con el que compartimos buenos ratos de solaz y deleite. Un comité de milicianos han llegado a su casa, que no su gruta, y lo han prendido por contubernio con el horroroso crimen edulcorado de los anaqueles de la tiendita. ¡Al paredón con él! ¡Que muera el osito Bimbo!
A partir de ahora, con la aplicación de la norma NOM-051-SCFI publicada en el Diario Oficial de la Federación, las envolturas de los pastelillos y golosinas deberán prescindir de los personajes publicitarios que durante décadas acompañaron a esos “alimentos chatarra” que hicieron la delicia (momentánea, es cierto) de buena parte de la niñez nacional. Niños, por cierto, que hoy cumplen cuarenta, cincuenta o más años. Así pues, los ositos, los pingüinos, los cheetos, los gansitos, los tigres Toño, Pancho Pantera y, en una de esas, la pobre Sara García del Chocolate Abuelita, serán quemados en el patíbulo de los nuevos inquisidores adherentes al Comité Supremo de la Salud Pública.
Así que los productos preenvasados que lleven el negro estigma exagonal advirtiendo de los altos contenidos de azúcares o grasas saturadas, “ya no podrán incluir en la etiqueta personajes infantiles, mascotas, animaciones o dibujos animados” que inciten a los niños o promuevan el consumo de dicho producto. Detengámonos en ese verbo, “que inciten”, como si fuese un prolegómeno del delito de disolución social (¿alimentaria?) que contemplaba al artículo 145 del Código Penal Federal.
De lo que se trata, una vez más, es de “hacer el oso” a tambor batiente. Quedar en ridículo, tal vez, porque cuál culpa es la que pesa sobre el osito Bimbo, nacido en 1943, que encarnaba la ternura de un laborioso panadero cubierto de harina… de donde le venía el color. Lo mismo que el manido Pancho Pantera, el Pingüino Marinela, el Gansito… recuérdame, antes de militar en las huestes del “me canso, ganso”. El oso aquél, por cierto, existió; incluso hay fotos.
En los años cincuenta, en la ciudad de México, por el rumbo de Tacuba y la Alameda, deambulaba un gitano con su oso encadenado y su pandereta. La gente se reunía alrededor del dúo, y a la voz de “que baile el oso, que baile el oso”, el plantígrado cumplía su función, balaceándose torpemente, para luego recoger las monedas de los complacidos espectadores. Esto es, “hacía el oso” consciente de su ridícula miseria.
Todo inició cuando en 2006 fue prohibida la fotografía publicitaria de Darrell Winfield, “el vaquero Marloboro”, que representó a la compañía cigarrera durante más de tres décadas. ¿Y Mar Castro, “la chica chiquitibum” que en el Mundial 86 protagonizaba el anuncio de la cerveza Carta Blanca? Así, con el nuevo puritanismo alimentario, irán por la monja del rompope Santa Clara, más parecida a Sor Juana que a la santa de Asís, patrona por cierto de las novias, que deben ofrecerle huevos para que no llueva el día de la boda.
La campaña de purificación alimentaria va contra uno de los principios de la teoría publicitaria; aquel de inventar personajes emblemáticos que se conviertan en “marcas” de tal o cual producto. El toro del brandy español (Osborne) o el caballero andarín del whisky Johnnie Walker. ¿Habrá, igualmente, que pasarlos por la picota? Pobres consumidores nacionales, tan proclives a ser manipulados, “incitados”, a los malos usos alimentarios del azúcar excesiva y las grasas multisaturadas.
Triunfará el personaje de moda, Susana-Distancia, la heroína que nos salvará del bicho letal en lo que llegan las vacunas rusa, china o belga. Y mientras tanto que el otro toro, el de Pungarabato, que siga cometiendo sus tropelías y cogidas fuera del coso, porque los héroes simpáticos han de ser desollados, en beneficio de una Niñez Pura y Saludable, y que las mujeres de Guerrero se aguanten. Macho toro salta al ruedo, y agárrense las núbiles.