Juan Javier Gómez Cazarín*.- Corea del Sur y Japón son aliados en el sureste asiático. Ambos países miran con recelo los bravucones misiles balísticos que de vez en cuando lanza su vecina y adversaria Corea del Norte –siempre acaban cayendo en el mar-. Japoneses y surcoreanos son socios comerciales y comparten un amplio catálogo de intereses estratégicos con Estados Unidos en esa región del mundo.
Pero en los últimos años, un tema ha tensado sus relaciones: el revisionismo histórico de un pasaje vergonzoso para los nipones en la primera mitad del siglo XX. Resulta que durante años el Ejército Japonés secuestró a miles de surcoreanas para hacerlas esclavas sexuales de sus soldados. Les pusieron el nombre de “mujeres de confort”, como si se trataran de un bien de consumo. Algo que usas para sentirme mejor.
Los japoneses avergonzados quieren borrar esa memoria. Los surcoreanos no quieren pelearse con los japoneses, pero consideran que es justo arrojar luz sobre ese hecho histórico que produjo heridas dolorosas en la sociedad surcoreana.
Al otro lado del Océano Pacífico, la sociedad canadiense observa horrorizada la aparición de miles de tumbas clandestinas en los patios de algunos internados católicos. Se trata de niños indígenas arrancados de los brazos de sus padres y llevados por la fuerza a esos centros donde recibirían educación “civilizada”. En realidad muchas y muchos acabaron muertos por los tratos brutales, que incluían abusos sexuales. También en Canadá hay una exigencia por desvelar por completo ese capítulo desconocido de su historia.
En el extremo sur del continente, en Argentina, el drama de niñas y niños secuestrados por la dictadura militar y criados como hijos biológicos de familias afines al régimen es fuente de centenares de historias de dolor y agravios. Esas niñas y niños son ahora adultos que enfrentan la cruda revelación que no son quienes pensaban. La sociedad argentina también quiere saber qué paso. Quieren todos los detalles, quieren saber dónde está cada niña y cada niño robado por los militares.
A medio camino entre Europa y Asia, en Turquía, hay un tema del que está prácticamente prohibido hablar: el genocidio de armenios por parte de los turcos a principios del siglo pasado. Los turcos, avergonzados, niegan que haya existido el genocidio y castigan su sola mención. La evidencia habla de un millón de muertos, familias enteras con bebés y ancianos, que eran tantos como el 90 por ciento de la población armenia en Turquía –que se llamaba en aquella época Imperio Otomán-.
¿Qué nos dicen estas historias de las que hay muchas más en el mundo? Nos dicen que todas las sociedades modernas tienen esqueletos en el clóset. Que todos los pueblos tienen historias vergonzantes de crímenes, injusticias y saqueos maquinados y ejecutados desde sus propios Gobiernos en el pasado. Nos dicen que, por increíble que parezca en nuestros días, hasta la fecha hay quienes no quieren que esas verdades se investiguen y se expongan.
Aquí en México, quienes piensan que la consulta del 1 de agosto es un ejercicio inútil, olvidan el dolor de quienes sufrieron las consecuencias de los malos gobiernos del pasado. Olvidan la necesidad que las mexicanas y los mexicanos tenemos de saber la verdad y llevar justicia a las víctimas. Por eso hay que votar dentro de 13 días.
Diputado Local. Presidente de la Junta de Coordinación Política.