Por David Martín del Campo.- Ignoro si le habrán comprado cinco paquetes de velitas para coronar el pastel. Le habrán cantado Las Mañanitas, eso sí, porque es tradición imperecedera de la patria. «Despierta, Luis, despierta; mira que ya amaneció». ¿O licenciado, o ex presidente, o definitivamente abuelo Luis? Nacido cuando el dirigente del Partido Laborista Mexicano, general Álvaro Obregón, gobernaba el país, Luis Echeverría Álvarez habría de esperar 48 años para ser electo Presidente de la República, y otros 52 para celebrar el centenario de su existencia en la intimidad de su domicilio en San Jerónimo Lídice.
Vivir cien años (¿de soledad?) no constituye ninguna proeza. La buena alimentación, las vacunas, los antibióticos y los adelantos de la ciencia médica permiten aspirar a esa meta vitalicia. Es el caso de Echeverría Álvarez, quien protagonizó uno de los gobiernos más estrambóticos del régimen. Como heredero de la sinrazón represora de Gustavo Díaz Ordaz, la suya saltó como una ambición megalómana de trascender; sí, convertirse en el gran transformador de la sociedad y la economía nacionales. Su vocación «tercerista» le hizo engrosar el aparato gubernamental creando sinnúmero de empresas, institutos y fideicomisos para acrecentar el empleo (en algo que no era plenamente capitalista ni socialista), llegando a instituir, por ejemplo, una planta para la explotación de la tortuga marina. El resultado fue el fracaso, la economía cayó por los suelos y devino una devaluación galopante que le heredaría al presidente López Portillo… quien concebiría, en su turno, a la explotación petrolera como la salvación del país.
El culpable del caos siempre ha sido el antecesor. Díaz Ordaz representaba a «los emisarios del pasado», visitar a Echeverría significaba «besar al diablo», López Portillo fue el «el perro» que no supo defender la divisa nacional y De la Madrid el tibio que no logró «la renovación moral de la sociedad». Así ahora, cuando el Mal se ubica en los antecesores «neoliberales y corruptos», la redención de la patria se anuncia a la vuelta de la esquina. Sólo que el destino pareciera ensombrecer el horizonte…
Por ello el Primer Mandatario decidió obedecer a sus médicos y someterse a un cateterismo cardiaco, consistente en la introducción de una sonda plástica intravenosa para alcanzar el corazón y tomar muestras de la cavidad cardiaca. No a cualquiera se le practica, no a cualquiera se le prescribe. Así que, luego de pernoctar en la sala de recuperación del Hospital Militar, al día siguiente el presidente Andrés Manuel López Obrador decidió grabar una suerte de «testamento político», lo llamó, a fin de asegurar los cambios que su gobierno ha instrumentado en la marcha del país.
Muchos testamentos son producto de la prudencia, cuando no del miedo. El mío lo redacté antes de mudarme durante algunos meses a Madrid, no fuera a ser, y mi padre dictó el suyo cuando le diagnosticaron cáncer. Así ahora el Presidente, impelido por los pensamientos que le habrán robado el sueño entre las sábanas verdes del hospital de Sotelo, descubrió ese faltante en su agenda personal. Ocurrió durante la noche del viernes pasado; urgía asegurar el futuro inmediato, pasase lo que pasase. «¿Y si muero, qué ocurrirá?», habría sido uno de sus pensamientos. «¿Se irán al caño las conversiones de la 4T?» «¿Quién, o quienes me seguirán siendo leales; quién, o quienes, traicionarían mi proyecto emancipador?».
Así urgió a los técnicos de Palacio Nacional para que grabasen el así llamado Testamento Político imaginado en la madrugada. Sí, es verdad, algún día habremos de faltar y no todos los ex presidentes podrán aspirar a los cien años de Echeverría Álvarez –ahora carente de pensión vitalicia–, anhelando a sobrevivir un día más reposando en su silla de ruedas y la cobijita.
¿Qué dirá su testamento? ¿Y el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, su creación, qué ocurrirá? ¿No sería, pues, el momento de crear el Centro de Estudios Económicos y Sociales de la Cuarta Transformación? Estamos a tiempo.