Por David Martín del Campo.- Nueve son las veces que se repite la palabra “guerra” en el Himno Nacional Mexicano. ¡Guerra, guerra sin tregua al que intente…! Francisco González Bocanegra tenía 29 años cuando compuso las estrofas del himno patrio.
Habían pasado tres años apenas de la desocupación del ejército norteamericano, luego de la guerra de 1848-49, cuando cedimos la mitad del territorio nacional. ¡Guerra, guerra, en el monte, en el valle… los cañones horrísonos suenen!
Pero no fue ésa la última guerra en la que nos vimos involucrados. Como algunos recordarán, el 28 de mayo de 1942 el presidente Manuel Ávila Camacho lanzaría la declaratoria de guerra contra las naciones del eje tripartita (Alemania, Italia y Japón), luego del hundimiento del buque petrolero Potrero de Llano, en el estrecho de la Florida. Una semana antes otro torpedo había hundido el Faja de Oro, por lo cual no quedó más remedio que inmiscuirnos en la conflagración mundial.
El viernes pasado falleció el piloto Carlos Garduño Núñez, a los 102 años de edad, quien representara al último combatiente del legendario Escuadrón 201 que combatió en el Pacífico. Entonces, tras la declaratoria de guerra, el gobierno mexicano decidió conformar una expedición militar con notable “espíritu simbólico”. Así, en 1988 me propuse escribir una novela que contara la historia de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana (FAEM) que desembarcaría en las Filipinas en mayo de 1945. Entrevisté a varios de los veteranos, quienes se permitieron contar aquella historia, además de su involucramiento con la población local (que tenía al español como segunda lengua). La novela se titula “Cielito lindo” y relata muchas de las anécdotas que me confiaron, porque el campamento de Pancho Pistolas, como le llamaban, tenía bastante de fiesta. Todos eran muchachos, ninguno mayor de 25 años, y resultaron algunos matrimonios entre mexicanos y filipinas.
Los muertos en combate fueron cuatro, la mayoría por el descontrol del caza-bombardero P-47 con el que entraron en combate, cuando que habían sido entrenados con el P-40, que pesaba dos toneladas menos. El chiste de entonces mencionaba aquella historia del enemigo… “¿aviones mexicanos?, déjenlos, que se caen solitos”. La expedición en Filipinas duró desde junio de 1945 hasta el 15 de agosto, en que Japón declara su rendición luego del estallido de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
La participación mexicana en la Segunda Guerra Mundial fue algo obligado, si bien sirvió para limar las asperezas que restaban de los conflictos militares previos… la Guerra de 1847, la intervención norteamericana en Veracruz de 1914, la invasión de Pancho Villa a Columbus en 1916. Los integrantes del Escuadrón 201 sumaron 300 efectivos, de los cuales 29 eran jovencitos pilotos aviadores. El campamento se situaba en Porac, a las afueras de Manila, y era vecino de la base de Clark Field, donde los americanos tenían destacada su fuerza aérea. Después de la firma de paz, en septiembre de 1945, las relaciones entre Estados Unidos y México han mejorado mucho.
Con la desaparición del coronel Carlos Garduño Núñez muere también la leyenda. La conflagración mundial de 1939-45 habría de involucrarnos tarde que temprano. Recuérdese que después del hundimiento del Faja de Oro y el Potrero de Llano fueron torpedeados otros cuatro petroleros mexicanos, ocasionando en total unos 300 marineros muertos. Esa historia está muy bien contada por Mario Moya Palencia en su reportaje “1942: mexicanos al grito de guerra”, que escribió mientras se desempeñaba como embajador en Italia, luego de entrevistar a media docena de capitanes de Botes-U (submarinos) que faenaron en aguas del Golfo de México.
La guerra terminó y con el coronel Garduño todo quedará para los anales de la historia. La de hoy, que no es guerra, produce 95 muertos a diario en las plazas y cañadas de Zacatecas, Guanajuato, Guerrero… Es decir, la No-Guerra que vivimos día con día, atendiendo la oda de González Bocanegra cuando asentó: “Los patrios pendones, en las olas de sangre empapad”. Obedientes que somos.