Por David Martín del Campo.- Andar de marcha… así le llaman en España al hecho de estar liado, en conflicto, sobrellevando la vida. La marcha de mi auto simplemente tronó, y hubo que cambiarla. “Pago de marcha” denomina la burocracia a la indemnización que se otorga por el empleado fallecido. “Marcharse o no marcharse”, la pregunta del príncipe Hamlet cuando la fiesta está alcanzando el amanecer.
Mi primera marcha, llamémosla así, fue en mis mocedades, luciendo el uniforme de “lobato” scout, por el Paseo de la Reforma. Fue un sábado de impavidez festejando ya no recuerdo qué efeméride del gremio. Años más tarde marchábamos a favor del sindicalismo universitario, contra la dictadura franquista, o a favor de la legalización del Partido Comunista. Y horas después, en la cantina La Opera, celebrando nuestra victoria cívica, llegaba el mesero Conrado luciendo canas a preguntar: “¿Qué van a tomar, jóvenes?”, a lo que Charly respondía con desusado ardor: “¡Palacio Nacional!”
Ahora, cumplida la ambición del buen Carlos Becerril, hemos vuelto a la calle –la misma avenida–, para refrenar los excesos autoritarios de esa generación que alcanzó, por fin, el ambicionado cuartel. “¿A qué vine? ¡A defender al INE!”, fue el grito que coreamos el domingo pasado, hasta enronquecer.
Las crónicas de la marcha (o las marchas, sumadas las de Guadalajara, Monterrey, Tijuana, Querétaro, Cancún, etc.) son por demás singulares. Padres e hijos llevando la misma camiseta, ancianos en sillas de ruedas, carteles rosas defendiendo “No nos robarán la democracia”, muchachas con perritos luciendo un globo rosa en el lomo, y gorras y cachuchas y sombreros como en romería. No hubo un orden corporativo, como en las manifestaciones oficiales de antaño (sindicatos, centrales, subsecretarías y departamentos) ni lemas ofensivos. Simplemente aglomerados, marchando a la libre, coreando de cuando en cuando esos inestimables conceptos… libertad, democracia, legalidad.
Ha sido la expresión cívica (llamémosla así) más notable enfrentada al gobierno del presidente López Obrador. La pregunta de los marchistas, volteando hacia atrás, hacia el frente, hacia el otro lado del boulevard era una simplemente: “¿Cuántos seremos?”. La respuesta no tardaría en llegar… 10 mil, según las autoridades de la CDMX, 640 mil, según Guillermo Valdés, quien fuera director del Cisen. La cifra, si se le sumaran los manifestantes de las otras ciudades donde se efectuó la marcha, podría llegar al millón de personas. Pero eso no es lo más importante.
El asunto de fondo es que estamos ante una probable expropiación del INE, que se ha encargado de coordinar escrutar el voto cívico desde 1990, cuando fue creado (entonces IFE). La pretensión es retornar a la antigua Comisión Federal Electoral (CFE), en manos del demócrata Manuel Bartlett, a quien se le cayó el sistema y calló el conteo de las elecciones de 1988, para otorgar precipitadamente el triunfo a Carlos Salinas (ahora, como consolación, maneja otra CFE). Es decir, toto pareciera dirigirse a la extinción del INE (cuya transparencia y objetividad es tan incómoda para el nuevo régimen), a fin de que los nuevos consejeros sean designados por el gobierno. De ese modo contaremos con nuestra propia Komissiya Tsentralnaya Izbiratenaya de Rusia, o el reciente Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela. Porque hacia allá vamos.
Recuerdo que el 10 de junio de 1971, adolescentes al fin, estuvimos a punto de acudir a la marcha convocada en nla avenida San Cosme para ganar espacios para la expresión política (acallador desde 1968). Al mismo tiempo habría una conferencia que iba a dictar Octavio Paz, el poeta y diplomático, luego de su exilio en París. Pero fue cancelada por los acontecimientos ocurridos aquella, la tarde “del jueves de Corpus”.
El domingo pasado volvimos a la calle con lo imposible… una camisa rosa bajo el sol de otoño. Y marchamos en grupo, yo con mis hijas y algunas amistades, contentos de ganar, una vez más, la calle. “¿Cuántos seremos?”, preguntaban unos y otros.
Los suficientes; debió haber sido la respuesta.