Por David Martín del Campo.- Les han pedido hasta el último lápiz y que al salir, si son tan amables, apaguen la luz. El artículo 41 de la Constitución advierte que aquel partido que no obtenga al menos el 3 por ciento del total de una elección federal, perderá su registro legal (y las prerrogativas). Así que desde el 10 de este mes se acabó el PRD luego de 35 años de estar dando guerra en la palestra política. Obtuvo 1,121,018 votos en los recientes comicios, es decir, el 1.86 % del apoyo ciudadano, así que a cerrar las cortinas, ha sido la orden que dio la generala del INE, y a otra cosa mariposa.
Ah, de aquel entusiasmo de Porfirio y Heberto, de Arnoldo y Cuauhtémoc, de Ifigenia y la Poni. ¡Un partido de izquierda contendiendo contra las rapacerías del salinato! Era la fusión (y transfusión) de aquella sopa de letras que fueron los partidos coaligados: el PCM y el PPS, el PARM y el PMT, el PFCRN (“el ferrocarril”) y el PST, el PSR y el PRT (troskista).
Así nacía el PRD que fue salvado por Carlos Monsiváis quien, a punto de la declaración pública, asistió y convenció a los dirigentes de que invirtieran las siglas –que originalmente serían PDR, Partido Democrático Revolucionario–, pues no se salvarían del vulgo tildándolos como “los pedorros”. Y le hicieron caso, lo mismo que a Rafael López Castro, el diseñador del emblema ése del sol azteca, en amarillo y negro, bajo el lema “Democracia ya, Patria para todos”, y que hoy ha sido vapuleado por el desdén popular.
Habría que convocar a un réquiem donde se cantaran Las Golondrinas” (desde luego), La Internacional (“Arriba, los pobres del mundo…”), La Chancla y Cuatro Milpas. Eso por no responder a la pregunta que hoy se hacen decenas de dirigentes menospreciados por el elector… ¿pero, qué hicimos mal?
La respuesta podría estar en la cima del Gran Teocalli. Este país no es para jugueteos democráticos sino para la monarquía sexenal hereditaria, y que el gran dedo resuelva el porvenir. Los Rollings así lo señalaron, “Pleased to meet you, hope you guess my name” porque la simpatía por el diablo es la norma de los autócratas. Obedece y sonríe, acata y agradece, humíllate y celebra. La lista es larga e imponente; de Mao-Tse a Stalin, de Fidel a Chávez, de Xi a Kim.
Eso no estaba en los planes del PRD hoy tan llorado. Entre sus militantes corría la chanza de llamarlo “el Perderé”, después de sus correrías electorales de inicio. Era un partido de izquierda, cualquier cosa que eso pueda significar en el ideario mexicano.
O sea, ¿repetir la gesta bolchevique fusilando a Salinas y a Zedillo? ¿Continuar con las expropiaciones de la Royal Shell y la Standard Oil, Ferrocarriles Nacionales, la Mexican Light, la Banca y defenderla como un perro? ¿Erigir un régimen transparente y justiciero, aunque disfuncional, incompetente y chambón?
Los Chuchos (Ortega y Zambrano), que fueron la tribu que resistió con entereza la tentación de lo que ya se anunciaba con la disgregación del PRD, tendrán ahora las condiciones para emprender su libro de memorias. La desbandada (que eso fue) ocurrió ante la proclamación del partido Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). Ese libro de los Chuchos que bien podría titularse “Cuando tuve te mantuve”. No sé; la historia no está escrita por las monjas carmelitas.
De aquellos entusiastas fundadores ya sólo quedan unos cuantos. Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez, Pablo Gómez, Graco Ramírez, Amalia García, Alejandro Encinas. Pocos fueron los que resistieron el deslizamiento hacia el nuevo partido, que ya se anunciaba como caudillesco. Del árbol caído se obtiene leña, dicen los campiranos.
En la senda de los partidos extintos (PARM, PCM, PDM, PMS, PRT) quedará hoy sumado el vocinglero “Perderé”. Habría que imaginar un mausoleo, un obelisco, un túmulo similar al de los legionarios de la Roma imperial en sus campañas. “¡Veni, vidi, veci!”, clamaban después de las victorias de conquista (Vine, vi, vencí), aunque ahora hayan optado, qué remedio, por el paño de la Magdalena. Lágrimas y suspiros, sí, pero de izquierda.