Por Gumii Cobix

Me presento: yo soy Lu una mujer que desde el inicio de su vida fue etiquetada como » La rara».
Irónicamente, eso nunca me molestó, hasta que en la universidad era considerada «normal» para una carrera dentro del ámbito de las artes. «Normal». Una vez más, no encajaba, y eso ha sido así desde el inicio de los tiempos. Mientras otros niños lloraban por sus mamás en preescolar, yo solo podía pensar en qué era eso llamado recreo y por qué todos lo esperaban con tantas ansias. Siempre fui la chica que no terminaba de pertenecer a ningún lado. No pertenecía a mi pueblo, así que tomé mi vida, la metí en una maleta y me fui.

No encajaba en los términos de «niña bonita», así que me corté el pelo, lo pinté de colores y perforé mi piel. No encajaba con mis «amigas», así que conocí nuevas personas, con historias y metas más allá de las «tradicionales». Me volví lo que nadie esperaba: ruidosa, amable, educada, confrontativa y muy, muy YO.

Pero, de vez en cuando, en ocasiones cuando se apagan las luces y solo quedo yo, mis pinceles y el silencio, me pregunto si lo estoy haciendo bien. Porque, por muy «cool» que suene todo esto de la independencia, me ha dejado cicatrices. Como aquella vez que todos estaban invitados a las fiestas menos yo, porque desde los 13 años decidí que no me gustaba el alcohol. Puede sonar estúpido, pero en la adolescencia aprendí que mi personalidad tenía que hacer mucho ruido para que las personas quisieran estar a mi lado, «a pesar de no encajar». Nunca era suficiente para ningún grupo social, aunque siempre fui muy sociable. Simplemente, no pertenecía a ningún lado.

¿Ubican a la chica que en la prepa todo el mundo conocía pero no sabían nada de ella?

Bueno, esa era yo. En la adultez, eso me permitió colarme como humo en muchos lugares. He aprendido mucho, pero nunca me quedo el tiempo suficiente, y eso me gusta. He vivido lo suficiente como para saber cómo se siente estar en el lugar correcto, pero siempre quiero más.

Nunca he pertenecido a un grupo el tiempo suficiente como para sentirme parte de él. Tenía amigas en mi pueblo, pero mientras ellas soñaban con casarse y con sus vestidos blancos, yo soñaba con entender cómo funcionaban la luz y los colores. En mi familia, todos sabían qué hacer; funcionaban como un reloj suizo, menos yo. Siempre me sentí torpe, como la pieza que no encaja en su sistema perfecto.

Luego llegó la universidad, donde, ingenuamente, pensé que estar con personas a las que les gustaba lo mismo que a mí sería menos complicado. Pero no fue así. De hecho, me volví la persona segregada de un grupo ya segregado. ¿Cómo pasó eso? No lo sé bien. Al parecer, no soy lo suficientemente rara para los raros, ni lo bastante normal para los comunes. Soy como esa última rebanada de pizza que nadie se quiere comer por pena.

Y aunque durante mucho tiempo sentí que era esa última rebanada de pizza que nadie quería, hoy sé que no encajar en esos moldes es precisamente lo que me hace única. Me di cuenta de que no necesito pertenecer a ningún grupo para validar quién soy. Mi valor no está en las etiquetas que otros me ponen, sino en la libertad que tengo para quitarme esas mismas etiquetas.

Hoy, abrazo lo que me hace «rara» porque eso es lo que me hace auténtica. No encajar ya no es mi debilidad, es mi mayor poder. No tengo miedo de caminar por caminos diferentes, quiero ser quein forme el sendero porque es en esa independencia donde he encontrado mi verdadera esencia.

Así que, si alguna vez te has sentido como yo, solo quiero que sepas una cosa: ser diferente no es un defecto, es un regalo. Sigue adelante, sigue buscando, porque el lugar que estás creando para ti misma en el mundo es más valioso que cualquier sitio en el que intentas encajar. 🌟