Por David Martín del Campo.- Ciusso, Fermé, Closed, cerrado por vacaciones. Son los avisos con los que frecuentemente se topa uno al pretender el ingreso en un bar, una cafetería, una tiendecita de regalos.
Las vacaciones son sagradas, por lo menos en Europa, y no hay persona que no aproveche para largarse tres semanas a la playa (o a la finca de la abuela en las montañas) que ya luego Dios dirá.
Así ahora estos días de “interregno” donde el poder se desmorona en Los Pinos y se acrecienta en la casa de campaña de Chihuahua 216, en la colonia Roma. Enronquecidos de tanto gritar en los mítines (“denostar” al contrario, es el verbo), ahora los otros candidatos reposan y tratan de hacer el recuento de los daños. ¿En qué fallamos? ¿Nadie escuchó la alarma del desastre?
El concepto se inventó desde los tiempos de la Roma imperial, cuando fenecía el soberano y aún no era electo el sucesor. Le llamaron, después, “tiempos líquidos”, difíciles de asir, y es un poco lo que hoy vivimos en esta situación gelatinosa.
Antonio Gramsci, el pensador italiano, recuperó el término para nombrar a ese periodo en que lo viejo “no termina de morir” (el capitalismo) y lo nuevo “no acaba de nacer” (el socialismo), toda vez que esa teoría, en los hechos, sucumbió cuando la caída del muro de Berlín y la Glasnot se hizo almíbar para gloria del nuevo zar rubio que se persigna en la basílica de San Basilio.
Incertidumbre y discontinuidad. Las dos circunstancias se han apoderado de nuestros días, porque la anunciada “cuarta transformación” podría ser una voltereta telúrica, “pero pacífica”, aunque igualmente pueda quedar como el parto de los montes. Que nadie se llame a engaño… la resistencia al cambio es ley de los hombres, y los anunciados recortes de sueldos, las mudanzas burocráticas y el reordenamiento presupuestal tendrá, naturalmente, a centenares de afectados manifestándose con sus pancartas ante esas concretas disposiciones. Es un principio de la física, recuerden, “toda acción conlleva una reacción” igualmente potente.
Así que a estos días de incertidumbre se le suma la sensación de insignificancia, que de por sí tiene la inacción vulgar de las vacaciones. No pasa nada… y si pasa no importa. “Aquí no suceden cosas de mayor trascendencia que las rosas”, diría don Carlos Pellicer, el poeta que estará de moda a partir del 1 de diciembre.
¿Por qué la playa? Pocos, hasta donde sé, eligen Tulancingo o Ciudad Mante como destino para sus vacaciones. Desde el siglo pasado los balnearios de costa se fueron poniendo de moda una vez que se popularizó el uso de la ropa de playa. Recuérdese, por ejemplo, que en 1957 los policías de Acapulco arrestaban a las primeras gringuitas que se animaban a usar bikini, toda vez que en la playa había decenas de anuncios previniendo que “se prohibía el uso de trajes de baño de dos piezas”, porque hasta la palabra les causaba escozor.
Volver a la playa es retornar al líquido amniótico donde comenzamos a cobrar conciencia. Ese tiempo ideal, perfecto, inane, cuando no había ruido, ni regaños, ni gritos en campaña. El doctor Otto Rank aseguró que nuestros traumas provienen de ahí, y nuestras neurosis son efecto de la expulsión del seno materno… luego entonces, ¿no debimos nacer? Sí, claro está, y neuróticos y todo vamos al reencuentro edípico en la playa, donde sumergirnos en ese líquido tibio y salobre no significa más que retornar al origen. Y el sol, la piña colada, y las chicas en tanga.
Ya lo asegura la rima de la famosísima Sonora Mantancera…
“en el mar, la vida es más sabrosa
en el mar, te quiero mucho más”.
Lo bueno de las vacaciones es que llegan, lo malo es que terminan y esos días de inanidad, insisto, bien que nos sirvieron para cumplir el ciclo del interregno –que es el concepto– ahora que la Cuarta República se instale y todos nos convirtamos en ciudadanos de austeridad proba y entusiasmo popular. Cual debe.