Por David Martín del Campo.- A todos sorprendió la decisión de la Academia Cinematográfica. ¿Cómo! ¿Una película coreana era la mejor realización de 2019? Y el director, de nombre impronunciable, feliz como el niño con el más hermoso trofeo de la vida, no pasaba de expresar en su reducidísimo inglés, “yes, thank you, very good”.
Bong Joon-ho, que recién ha cumplido los 50, ideó el argumento de “Los Parásitos” a partir de una historia familiar que se iba pasando de padres a hijos. De cómo una familia de desheredados encuentra en otra familia, de innegable abundancia, la manera de medrar acomodando poco a poco a los demás parientes, claro, de un modo de aparente anonimato para sobrevivir en una suerte de nepotismo de bajo perfil.
Parásito, según mi diccionario, equivale a “gorrón, abusador, aprovechado o vividor”. Eso por no hablar de los bicharracos que llevamos tan portátilmente en la panza, disfrutando de nuestros fluidos vitales, mientras nosotros nos quejamos con el doctor de gastritis nerviosa.
El padre que se hace pasar por chofer de la familia, la madre por ama de casa, la hija por institutriz y el hijo por profesor particular de matemáticas, de manera que entre los cuatro “empleados autónomos” (pero recomendados), se hacen de un ingreso familiar no tan despreciable.
No es la primera vez que oigo del caso, que se repite según los distintos usos de servidumbre que hemos heredado desde los tiempos coloniales y que repite el esquema… hermanos, primos, padres e hijos acogidos bajo el mismo techo para “servir” a una familia de cierta prosapia.
Recuérdese la cinta de Alfonso Cuarón (“Roma”, premiada el año pasado) en la que Yalitza Aparicio, en su papel de “Cleo”, labora como sirvienta en aquella casa de clase media (ubicada precisamente en la colonia Roma), conviviendo con otra prima de su mismo pueblo.
El trasunto de fondo es “la recomendación”. ¿De qué manera alguien recomienda los servicios de ese hermano, del primo, a fin de integrarse en la nómina de tal o cual empresa, tal o cual familia, bajo el pacto implícito de no privilegiar los lazos sanguíneos? Lo que estamos glosando no es ninguna novedad; cada vez que un político entra en desgracia saltan en su contra los varios parientes ”recomendados“ en la nómina, que llegan a incluir yernos, suegras e incluso ex cónyuges.
El concepto mismo del parásito conlleva su destino. Una “solitaria”, pongamos por caso, no puede vivir más que de nuestra sangre, una vez que ha logrado anclarse en el intestino, y de ese modo sobrevivir reposadamente y sin mayor escándalo hasta el último de nuestros días. El parásito, se sobreentiende, no es mayormente productivo, es de personalidad hipócrita, “hace como que hace” y lo suyo es perdurar en un medio (ajeno) de prosperidad. La imagen del parásito, por lo mismo, no goza de aprobación, pero en tiempos de escasez (que son los más), queda como mal menor con tal de aportar en casa la bendición de la quincena.
De ahí que esos “gorrones” de mayor o menor inutilidad ofrezcan ese tipo de personalidad que tan bien retrata Bong Joon-ho en su película: gente acomodaticia, obediente, sumisa, dócil y rozando la condición del vasallo. Muy distinta es la actitud de las personas que se ganan el sustento por la propia valía o el talento; gente con gallardía, empuje y firmeza de espíritu dispuesta a dar lo mejor de sí en su desempeño laboral porque saben de su valía y que no son producto de ningún apadrinamiento inconfesable.
La sorpresa de “Los parásitos” fue que ante producciones como “1917” (de Sam Mendes), o “El irlandés” (de Martin Scorsese) o “El Guasón” (de Tod Phillips), que son películas de inusitada creatividad cinematográfica, se haya preferido premiar a una cinta que, alguien diría, no pasa de ser una comedia de rencillas clasistas. Cosa de no zarandear a la apabullante corrección política.
El arte gorrón ha resultado ganador. No agiten el avispero. Las burocracias ofendidas (vía de las pensiones, o del amago a las afores) pueden incendiar un país, llámese Francia o Chile. Así que dejen en paz, por favor, a los recomendados.