Por David Martín del Campo.- La escena es de pasmo. Íker Larrauri la concibió así en aquel remoto año de 1964. Era la primavera y el museo debía ser inaugurado en septiembre. López Mateos, el Presidente de visión cosmopolita. La segunda sala del majestuoso museo está dedicada a los orígenes del hombre americano, su migración desde el noreste asiático, el estrecho de Bering, la persecución del mamut; todo aquello.
El mural ofrece la imagen de cuatro cazadores, a lo lejos el resto de la tribu, marchando hacia la cordillera del macizo continental que hoy constituye el territorio de Alaska. Van ataviados con pieles de reno, tal vez bisonte, cargando las necesarias lanzas de su oficio. La escena se remite a 20 mil años atrás, no antes, cuando aquellos hijos de Adán poblaron este continente de inconcebible feracidad. Luego se llamarían Atahualpa, Cuitláhuac, Malintzin.
El jueves pasado –como ha sido informado– un trailer atestado de migrantes guatemaltecos se accidentó en las inmediaciones de Tuxtla Gutiérrez, ocasionando la muerte de 55 de sus ocupantes. Una tragedia originada, quizá, por el exceso de velocidad, la impericia del conductor, las malas condiciones de la carretera. Habrá que investigarlo. Y la pregunta necesaria: ¿Qué hacían 170 personas apiñadas en la caja de un transporte construido para llevar sacos y paquetería? La respuesta es sencilla: querían evitarse las llagas en los pies, la marcha insufrible de 300 kilómetros desde Comitán, el acoso de los agentes de migración. Además que habían entregado a sus “introductores”, se supone, el equivalente a 3 mil dólares; cuando aún faltaban otros dos pagos: al llegar a Puebla, el segundo, y al arribar a Texas, el tercero.
Ya no migran tras las huellas del mamut; ahora van de regreso, hacia el norte, rastreando al dólar. Igual que entonces, viajan acompañados por sus mujeres, sus hijos, lo que pueden cargar en una mochila, además del celular. Es decir, la lanza contemporánea que llega a todas partes.
Apenas informado el accidente, saltaron las reacciones más indignadas. “Tráfico humano criminal”, “coyotes inhumanos”, “lamentables consecuencias del comercio ilegal de personas”. Palabras, palabras, vestiduras rasgadas y arrebatos de sobreactuado histrionismo. ¡Oh, oh, qué lamentable! ¡Jamás deberá repetirse! Bla, bla, bla…
El desplazamiento humano por el orbe es, y ha sido, imparable. De piernas largas y muy articuladas, somos andarines por antonomasia. Andantes desde siempre conjugando el verbo bíblico, hollar. Pasar, transitar, mudarnos en permanente nomadismo. Los libros de historia enseñan esa condición… así migraron los pueblos tras la diáspora, así guió Moisés al pueblo escogido a través del desierto, así los arribaron los padres peregrinos a las costas de Virginia y Massachusetts, así el éxodo de cinco millones de venezolanos expulsados por el chavismo en España, Colombia y Miami. Obvio, no es lo mismo viajar en avión y con cuentas bancarias, que hacerlo en caravanas multitudinarias de 15 kilómetros por día y pies supurando ampollas.
La pregunta de fondo, sin embargo, no ha sido respondida. ¿Por qué migran tanto en estos tiempos? Lo mismo en Siria e Irak (causa evidente, la guerra), en el Magreb hacia España, en Centroamérica y el Caribe hacia Estados Unidos vía México. La respuesta simple es “la pobreza”, aunque la verdad deberíamos ser más exigentes en desentrañar la verdad. Pobreza, sí, pero originada por varias razones: la ausencia de empleo, y de seguridad para el empleo y la producción… todos bajo asedio (y muchas veces control) del crimen organizado. La mafia de Alcapone ahora se denomina “las bandas” (antes la Mara), y Chicago es el triángulo centroamericano. Nada la controla, no hay familia sin un miembro secuestrado, asesinado, extorsionado; es lo que manifiestan al ser entrevistados. O sea, migran para salvar la vida: ni más, ni menos. De ahí su ánimo exaltado al contar las circunstancias del abandono.
Y quieren remediar eso poniéndolos a sembrar arbolitos para que den sombra, y frutos, dentro de siete años. Pero sembrarlos dónde, ¿con pesos o con dólares?, de ahí la sonrisa socarrona de Joe Biden. “Sí, cómo no”. Cualquier cosa menos enfrentar a los criminales como los enfrentan, por ejemplo, en Estados Unidos, en China, Rusia, Gran Bretaña, España incluso. Ese es el problema, y no otro: que los territorios de buena parte de Centroamérica, y un tercio de México, les pertenece, de hecho. Lo demás es contubernio, temor, ningunas ganas de remediar lo que en el fondo (ay, horror) es una guerra no declarada.
Por eso el trailer que se volcó igual que si llevara ganado al rastro. Pero eran personas. Ciento setenta, para precisarlo. Murieron 55… y ya el ministro de exteriores de Guatemala, Pedro Brolo, llegó a Chiapas, tramitando la repatriación de los 55 paisanos occisos, declarando que “toda Guatemala se encuentra de pésame”, por lo que su país guardará tres días de duelo nacional.
Qué distinto de los migrantes plasmados por Íker Larrauri en el muro del Museo de Antropología. Es la diferencia de la masificación de la especie. Tema para otra discusión.