Por David Martín del Campo.- Alguien tuvo la maravillosa idea de invitarlo. Era una deuda que nos pasábamos de reunión en reunión. «Hay que reunirnos con él», insistíamos, sin tomar nadie la iniciativa. Así hasta el sábado anterior en que por fin se apareció con el grupo. Sonriente, llevando sobre los hombros (como todos) la carga de Cronos, se acomodó en la terraza donde compartimos sopes y añoranzas.
Cada generación tiene sus propios mentores. No sólo un profesor de tal o cual materia, sino que un maestro acompañado por sus discípulos. Es el caso de Froylán Manuel López Narváez, que nunca gustó mucho de realzar el segundo nombre. Así ha firmado sus artículos en las páginas de distintos periódicos. Su estilo, por lo demás, no ha sido precisamente diáfano pues Froylán ha gustado siempre de las metáforas y los retruécanos, de modo que concluir cualquiera de sus escritos supone el hervor de más de una neurona. Es su estilo, y no hay más qué decir.
Nos acompañó a lo largo de cuatro semestres, en aquellos estimulantes años en que fuimos felices militando contra el régimen del PRI. Ahora ese partido es cascajo y la felicidad de entonces ha derivado en el desabrido sopor de estos días sin dueño. Las amistades de Froylán, por su prestancia en el medio periodístico, eran de reciedumbre… el obispo Sergio Méndez Arceo, el ministro Muñoz Ledo, la «China» Mendoza, el opositor Heberto Castillo, no se diga ya sus compañeros de escritorio, Julio Scherer, Carlos Marín y Vicente Leñero, cuando emprendieron la constitución de aquella revista –Proceso– que tanto contribuyó a la consolidación de la democracia.
Nacido en Charcas, San Luis Potosí, Froylán migró pronto a la ciudad de México donde cursó la carrera de leyes. Aunque lo suyo, secretamente, ha sido siempre la poesía, no se atreve a publicar aquellos sonetos por pudor y cortesía. Por ello, un buen día, fue invitado a colaborar en las páginas de Ovaciones, y de ahí pasó naturalmente a la sección editorial de Excélsior, cuando el equipo en torno a Julio Scherer emprendió el rescate de la Patria ante los desatinos retóricos y financieros del mandatario ladino de aquel entonces. Luis Echeverría, impulsor de la vía tercerista que ensalzó aquella entelequia denominada Tercer Mundo al tiempo que liquidaba la economía nacional con sus desatinos y ocurrencias, haciendo polvo al peso mexicano y llevándose entre las patas a la clase media y subalternas.
El profesor nos sugería elaborar encuestas, sociodramas, viajes de investigación. Su alumna favorita era, sin lugar a dudas, Ángeles Mastretta, y por culpa de los «zánganos» de la última fila perdimos dos apartados del programa académico. «Doy el tema por visto», nos amenazaba abandonando el salón de clases. Había un pequeño grupo que lo seguía como gurú, copiando su elocuencia (o pretendiéndolo), y que constituía la así llamada «mafia», aunque no en el poder.
Froylán con el gis en la mano, fumando ante el pizarrón, todos ignorando los vaivenes que nos perfilaría el destino… lo mismo como productores televisivos que como reporteros y corresponsales, coordinadores de prensa, articulistas, correctores de estilo, jefes de redacción o simplemente escribanos al mejor postor. La vida, no se sorprendan, da vueltas sorprendentes.
Lo acompañamos cuando la aniquilación del equipo de Scherer y también en sus divertidas andanzas en el desaparecido Bar Léon, los viernes por la noche, donde destacaba como buen bailador esgrimiendo aquel principio de que «la rumba es cultura», que nadie ha podido refutar. Emisores y receptores, el mensaje y el medio, retroalimentación y decodificación de los contenidos, la teoría de Marshall MacLuhan que previó esto que ha ocurrido, en que las redes lo son todo y el que no participa en la web… simplemente se ha desligado del género humano.
Desayunamos con Froy, como le llamábamos en corto, recordando aquellos buenos años cuando otros mentores coadyuvaron con él (qué verbo) en nuestra formación… Gustavo Sáinz, Miguel Ángel Granados Chapa, Hugo Gutiérrez Vega. Buenos años, muy buenos años, como se encarga de recordarnos Frank Sinatra en su añorante melodía.