Por David Martín del Campo.- Aseguraba Antonio Gramsci, el gran pensador italiano del siglo pasado, que nada era tan ominoso para un país como el “interregno” que mediaba entre la muerte del rey y la asunción del siguiente monarca.
Ese periodo “moridor” en el que lo viejo no termina de fenecer, y lo nuevo no acaba de nacer. Así hoy está la Patria, con la agonía de un presidencialismo (el del PRI, entrecortado) y el advenimiento de otro, de naturaleza incierta (pero temperamento anunciado).
El ambiente me recuerda el tránsito de la educación primaria a la secundaria, porque sabíamos que todo iba a ser distinto, cada materia tendría a su preceptor, y encima teníamos la indisciplina de las hormonas. Así estamos ahora, en que se han previsto delegados singulares para cada entidad (“super-delegados”, por no llamarlos cónsules o virreyes) que serán la sombra negra del gobernador supervisando, aprobando, o advirtiéndole qué sí y qué más le vale que no…
Ésa es una de las innovaciones de la anunciada Cuarta Transformación que iniciará el sábado próximo, 1 de diciembre. Lo mismo que la erradicación de las componendas entre funcionarios y particulares, el fin de los privilegios y el arranque de una paulatina prosperidad. Todo ello en un ambiente de “austeridad republicana” que incluye la liquidación de la legendaria residencia oficial de Los Pinos, las pensiones a los expresidentes, la extinción de la flota aérea presidencial y la corporación del Estado Mayor, etc., etc.
La lidia entre el presidente Peña Nieto y el electo, López Obrador, ha sido de tono menor. Ha incluido invitaciones a comer y tomarse un café. En ese pulso fastidioso se ha hablado, en secreto, de los límites reales del poder en México. Hasta dónde se pudo, y no se pudo llegar… y hasta dónde no se podrá arribar jamás. De ahí un poco la clemencia anunciada para los servidores públicos en retirada, sobre los que no habrá saña vengativa y que se vayan en paz. Puente de plata. En todo caso, si el pueblo lo exige, se iría “de arriba para abajo” contra el primero de ellos; el ex presidente Salinas… que por cierto dejó el poder hace 24 años.
Vivimos también un momento similar al de hace 65 millones de años, aseguran los paleontólogos, cuando el meteorito de Chixculub ocasionó la extinción de los dinosaurios. Así hoy, con la extinción fáctica de los partidos PRD y PRI, estamos ingresando en un periodo post-jurásico en el que habrán de ocuparse esos “nichos políticos” disueltos por el rechazo ciudadano el pasado 1 de julio. Quizá sea el momento, también, de decir adiós a las ideologías, como tales, y más que tildar a las organizaciones políticas de “izquierda” o “derecha”, sea la ocasión de mirar más por las vocaciones de solidaridad, tolerancia y cooperación.
Se trata de un periodo bastante peculiar, por no decir que insólito, pues nunca como hoy (ni en la campaña de Luis Echeverría) se habían pregonado tantas bravatas. Ya no son “los emisarios del pasado”, como entonces, sino que hoy es “la mafia en el poder” …que en términos prácticos los marxistas denominaban burguesía, sin tantos rodeos. Y no es que se esté anunciando la “tormenta perfecta”, pero los índices barométricos no presagian una primavera de suavidad; por así decirlo.
Todo queda en las manos de Dios (pregúntenlo a los yihadistas, o a los miembros del Opus Dei), pues el designio último estará en la compatibilidad, o no, del nuevo decálogo con las rutinas de la ciudadanía. Control de la inflación, control de las bandas criminales, impulso a la economía popular, crecimiento económico (antes le llamaban “desarrollo”) y un ambiente de civilidad, libertad y confraternidad. Como cuando Robespierre, sin Robespierre.
Ya lo dijo el filósofo Manuel Castells; estamos viviendo un estado de interregno, un “estado líquido” (no sólido) carente de continuidad. Lo que priva es la incertidumbre transitoria que ojalá –Dios no lo quiera– se haga permanente. Queda, para nuestro bien, el beneficio de la duda.