Por David Martín del Campo.- El término se africanizó en México. Igual que guango, chango, fandango, chongo o pinga, y todos los angos del idioma. El diccionario la define como el acto de “forcejear entre dos o más personas con el fin de arrebatarse algo”. Rebatiña, es el nombre castizo de esa disputa a manotazos con el fin de arrebatar.
El sábado pasado fueron presentados, una vez más, los aspirantes a la candidatura presidencial del partido Morena para los comicios federales de julio de 2024… ¡dentro de 107 semanas! Claudia Sheinbaum Pardo, Adán Augusto López Hernández, y Ricardo Monreal Ávila, se dieron cita en Saltillo para refrendar el acto previo de exposición, ocurrido una semana atrás en Toluca (donde también asistió el canciller Marcelo Ebrard Casaubón, contagiado luego de covid).
Todos contentos, rozagantes bajo el sol veraniego, sonriendo bajo las consabidas pancartas del partido que cobija al pueblo bueno. Abel Quezada, el genial caricaturista, inventó aquello del “tapado” que se movía sigilosamente en el gabinete a la espera del momento en que sería designado como “candidato de unidad” por el sector obrero del PRI. Así que Fidel Velázquez y sus oscurísimas gafas de sol (luego de recibir una oportuna llamada por el teléfono rojo), era el encargado de anunciar a los cuatro vientos que la patria, por fin, tenía candidato.
Pero eso se acabó. Ahora no hay “tapado”, al menos formalmente, pues todo se dejará a una quimérica “consulta popular” que decidirá, con el flamígero índice del pueblo, al ungido. Es decir, el candidato de unidad por el nuevo partido hegemónico. Y no, los señores y señoras del republicano cotejo no serán nunca “destapados”, (ni que fueran corcholatas de una Pepsi, se ha dicho), y la rebatinga por la designación, obvia decirlo, jamás existió. Todos somos ciudadanos de prudencia y recato.
Ocurre constantemente en la naturaleza. Perros peleando a tarascadas por una piltrafa al pie de la carnicería, el hervidero de un nido de hormigas luego de hallar la hortaliza en esplendor, los pobladores de un caserío al percatarse de la volcadura del tráiler que acarreaba comestibles. ¡Al ataque todos!, sin distinción ni templanza, el que arrebate primero arrebatará dos veces… al fin que, ya lo predijo el camarada Marx, nada es de nadie y todo es de todos, como en el comunismo primitivo.
Estamos en eso. Los noticieros lo muestran cada noche en los límites de la ridiculez: yo avanzo un poquito más, yo encabezo las encuestas, el designado soy yo, y en el más insolente de los narcisismos, yo voy, yo proclamo, yo gano. Sin sofisticación ninguna, egolatría pura, simplemente ansiedad de poder.
En el otro polo queda la magnanimidad, que es decir el temperamento noble de los generosos y grandes de corazón. ¿CS, AA, ME, RM? Habría que pensarlo dos veces porque la ruindad de espíritu es lo que se respira en el templete, por no decir que la ausencia de hidalguía. Tan rampantes, hay que decirlo, como aquellos del piso de abajo, Marko Cortés y Alejandro Moreno, que perdieron la brújula hace mucho.
Para paliar nuestro desconsuelo me viene a la memoria aquel tiempo de rebatinga, cuando la inocencia y la puerilidad lo dominaban todo. Había que darle duro, ¡palo!, dos y tres veces hasta que la olla se quebraba, y zaz, la piñata en el piso y allá nos arrojábamos en rebatinga salvaje… dulces, cacahuates, mandarinas, caña de azúcar.
Eso por no referir las ceremonias de bautizo, fuera de la parroquia, cuando el padrino asomaba y en el atrio los pequeños mendigos gritaban exigentes, “¡Bolo, bolo padrino!”. Y allá volaban en el aire las monedas, vaciando los bolsillos, porque la rebatiña es lo nuestro desde tiempos bíblicos. Y allá se levantaban los pequeñines, felices por el premio circunstancial, ignorando nosotros si se llamaban Marcelo, o Claudia, o Ricardo.
Ah, feroces los tiempos de la rebatinga.