Por David Martín del Campo.- El circo romano era la fiesta de la sangre. Los gladiadores ingresaban a la arena bajo el clamor de la plebe que gritaba extasiada ante la proximidad de la contienda a muerte.
Los “reciarios” (es decir, los que peleaban con una red), “los secutor”, que llevaban armadura, los simple gladiadores armados con la temible “gladius” de las infanterías romanas. Así ahora ingresa el indiciado ex director de Pemex, extraditado desde su reclusión en Madrid, al coliseo mexicano que grita a punto del suplicio.
Cuentan que los gladiadores de entonces pisaban la arena y lo primero, golpeándose el pecho, era brindarse al emperador a toda voz: “¡Ave César, los que van a morir te saludan!”. ¿Fue eso lo que hubo en la declaración signada en los separos de la cárcel de Navalcarnero antes de abordar el Challenger 650 que lo trajo al hangar de la FGR? Nadie ha mostrado copia del documento, lo que entorpecería el procedimiento judicial, que por cierto no ha iniciado formalmente.
Sin embargo la sangre ya está derramada en el coliseo. La de los diputados panistas de entonces, la de los funcionarios “más altos” y, desde luego, la de los representantes de la odiosa Odebrecht. Ah, el maldito dinero.
Las ejecuciones públicas siempre han sido un espectáculo. Degollados, ahorcados, fusilados, destripados, quemados en la hoguera. Ah, malditos sátrapas, el cadalso será nuestro resarcimiento. Para eso se inventó la gullotina, que fue el símbolo vindicativo de la Revolución Francesa. Ocurrió igualmente en abril de 1945 en la plaza Loreto de Mezzegra donde el demagogo de las masas, Benito Mussolini, era linchado por la muchedumbre y desnudado junto a su amante Clara Petacci. “Su cuerpo fue profanado, murió como un perro rabioso”. Hay documentales para presenciar ese triste espectáculo la sed de justicia, y venganza, y morbosidad.
Así ahora el inculpado espera el juicio que será el espectáculo de los meses próximos, al tiempo que la pandemia (sordamente) se cobra sus 100 mil probables víctimas porque las crisis deben ser aliviadas de alguna manera. En la España franquista hallaron la solución en el binomio popular: “futbol y toros”, para que el respetable se desgañite.
No muy distinta era la suerte de las adúlteras, en los tiempos bíblicos, cuando la chusma practicaba la muerte por lapidación, es decir, la rea ejecutada a pedradas (y que por cierto sigue vigente en los territorios del radicalismo talibán). O qué decir de las brujas (y no tanto) que morían quemadas en la hoguera por sus tratos con el demonio. Se dice que el empleo de la leña verde era para prolongar el sufrimiento, cuando la realidad es que de ese modo la ejecutada sucumbía primero por sofocación.
Así ahora al presunto receptor de 14 millones de dólares (hay quien habla de 120) para “comprar” la voluntad de legisladores variopintos, y quizás pagar parte de la campaña presidencia del PRI en 2012, le deberán estar preguntando sobre su preferencia en el grosor de la soga, ¿leña seca o verde para la hoguera? Qué triste espectáculo el que estamos presenciando (lo que no lo disculpa), qué miserable nuestra política (como siempre), qué hipocresía de los patibularios mostrando las fotos de los años felices, cuando vencedores y campeantes, y la de estos reos con estrés gastrointestinal y miradas que no se atreven a levantar del piso.
Pero no nos distraigamos. El público está ayuno de espectáculos. No hay partidos de futbol, de beisbol, ni campeonatos automovilísticos de F-1 a los que puedan asistir ávidos de acción y testosterona. Lo que queda, para olvidar el triste sudario del coronavirus, es el circo romano. Gladiadores que fueron vanagloriados con la estafeta tricolor, hoy caídos en desgracia esperan en la reclusión de nueve metros cuadrados el acceso a la arena donde serán dotados de una espada corta y un abogado cargando el expediente. Aún tendrán el valor de dirigirse al supremo y gritarle, con arrogante sumisión, “¡Salve… los que vamos al penal de Almoloya, te saludan!”.