Por David Martín del Campo.- Estoy seguro, con ese título no llegará el lector ni a este renglón. “El metaverso”, ¿qué clase de m…ajadería es eso? Cada invento que se les ocurre a los cibernautas. Whatsapear, trolear, hackear… ¿Qué diría don Alfonso Reyes de estas irreverencias gramaticales?
Desde los tiempos bíblicos el afán primordial del hombre ha sido arrebatar lo mejor del prójimo. Su reloj, su dinero, su auto, su mujer, su identidad cibernética. Robar, tomar prestado, usurpar. Ocurrió con el invento italiano del siglo décimo, cuando al relato comenzó a llamársele “novella”: novedad, noticia que divertía a los parroquianos.
La novela fue eso durante siglos: un relato de ficción trasladado a las páginas del libro. La historia de un loco justiciero (el Quijote), de una adúltera apasionada (Ana Karenina), de un aventurero a la intemperie (Tom Sawyer). Novelas históricas, novelas policiacas, novelas de ciencia ficción. Luego ocurrió el traslado a las cabinas radiofónicas, donde entrenados locutores modulaban los parlamentos para difundir las legendaria radio-novelas del siglo pasado. Poco después llegaron las telenovelas que, definitivamente, hurtaron el concepto, de modo que la novela fue “la novela de las siete de la tarde”, buscando el gesto conturbado de Enrique Lizalde, Saby Kamalich, Verónica Castro, Ernesto Alonso. Y los libros que escribían Gabriel García Márquez y Ángeles Mastretta eran eso, “libros de historias”, no novelas. La expropiación se había consumado.
Luego el atraco fue con el género: la narrativa. Hasta hace poco la narrativa era el saco literario donde se acogían el cuento, el relato y la novela, pero de pronto ha sido denigrado como sinónimo de asunto, prédica, temática, diatriba, y perdió su aura de nobleza. “La narrativa electoral”, “la narrativa judicial”, “la narrativa del feminismo”. ¿No tienen imaginación? ¿Carecen de diccionarios? ¿Por qué repiten esa costumbre mezquina de arrebatar lo que más les parece “de actualidad”?
Y ahora eso que pondría a patalear a García Lorca y López Velarde… ¡el metaverso! La primera vez que escuché el concepto no entendí, la verdad, nada. El verso que iba más lejos, imaginé. El verso que eludía la rima, como tantos. El verso de nadie, el verso de más allá, ¿la poética del Polo Norte?
Hay de versos a versos, desde luego. “¡Ah, los vasos del pecho! Ah, los ojos de ausencia! ¡Ah, las rosas del pubis! ¡Ah, tu voz lenta y triste”, habría cantado el chileno Pablo Neruda. O “una garganta, un vientre que amanece, como el mar que se enciende cuando toca la frente de la aurora”, habría dicho Octavio Paz. Pero no.
Resulta que el “meta verso” nada tiene de poético, sino que implica el acrónimo de meta-universo, o sea, el siguiente escalón de internet por medio del cual podremos sumergirnos en una experiencia multisensorial ofrecida por los nuevos desarrollos de la tecnología cibernética. Una realidad paralela, tridimensional, a la que se accede con la llave mágica del https:www.
Sí, universo paralelo que ofrecen las pantallitas portátiles. ¿Es tan nefanda, aburrida, corrupta, absurda e insatisfactoria nuestra realidad cotidiana que debemos optar por esa otra realidad no-real pero pletórica de luces y ámbitos de ensueño? ¿Y qué nos obsequiarán? ¿Solaz, encantamiento, espasmo? Igual que la morfina (o la coca, en dosis mesurada), pero sin los daños colaterales que entrañan esas drogas.
Ya se anuncian espacios, ciudades, villorios que pueden ser adquiridos en el meta verso. Convertirnos en hacendados de 50 mil bits cuadrados, luego venderlos, ¡o rentarlos! Como ya nadie aspira a comprar nada… libros, discos, películas en DVD (pues toda la cultura mediática habita en el ciber-espacio) podemos acceder a ella sin mayor trámite ni desembolso. La gente nueva quiere habitar ese universo inexistente, “paralelo”, donde todo existe y está a la mano. Carlos Marx se equivocó de pe a pa… la cuestión no reside en la lucha de clases, sino en la lucha de los megabytes. Demasiado tarde para entenderlo. Esa era otra narrativa.