Por David Martín del Campo.- El último programa radiofónico de Jacobo Zabludovsky se titulaba “De una a tres”, y era transmitido por radio Red. El tono era amable, cómplice, algo socarrón. Al entrar a la sección de las noticias de nota roja, el locutor lo anunciaba con una voz de advertencia: ¡Sálvese quien pueda!, y luego venían los reportes de homicidios, asaltos y robos de la fecha.
Era algo que, de tan rutinario, hasta semejaba letanía parroquial… perdónalos Señor, perdónalos Señor. Zabludovsky murió en 2015 y su espacio en la radio igualmente sucumbió. Lo que no, el contenido, que se ha multiplicado hasta lo indecible.
Las esperanzas de que el nuevo gobierno (que está por cumplir tres años) controlara la inseguridad, duraron poco. Los cambios en torno al combate al crimen se centraron, al inicio, con la creación de la Guardia Nacional que, se dijo, de ningún modo tendría régimen castrense, cosa que no ocurrió. En sustitución de la Policía Federal, la GN se fue apoderando de los rincones donde su antecesora ejercía el mando, con la esperanza –insistimos– de que muy pronto los índices de criminalidad se redujesen al mínimo. Pero ello no ocurrió.
Paso a paso, aprovechando el desmayo con que inició sus operaciones, la GN no ha logrado grandes avances en el combate al crimen. Los reportes policiacos señalan que cerca de un centenar de asesinatos se ejecutan por día (97, para ser exactos), lo que da una cifra de pavor: 86 mil homicidios registrados desde diciembre de 2018. Una cifra que invita a la vergüenza y el desaliento.
Recientes masacres como la de Reynosa, donde una tarde fueron ejecutados 15 transeúntes que circulaban pacíficamente por la ciudad fronteriza, recuerdan otras ocurridas en este tiempo, como la de los miembros de la familia Le Baron en Bavispe, Sonora, en noviembre de 2019. Así, sin más, aumentan las víctimas que son incluidas en los noticiarios con el desenfoque ritual a que obligan los reglamentos.
Ahora la violencia se concentra en los alrededores de Aguililla, Michoacán, y en Pantelhó, Chiapas. Esos brotes han producido la migración forzada (desesperada) de gran parte de los pobladores inermes ante esas agresiones. No por nada recientemente el general Glen Van Herk, comando norte de Estados Unidos, declaraba que México tiene un 30 por ciento de su territorio controlado por el crimen organizado. Es decir, el equivalente a la península de Baja California, Sonora, Sinaloa y Chihuahua juntas. Nada menos, porque “la ingobernabilidad”, aseguró el comando castrense, podría llegar al 35 por ciento del territorio.
La mayor amenaza para Estados Unidos, según ese comandante, corresponde a los cárteles de Sinaloa, el de Jalisco Nueva Generación, Los Beltrán Leyva, el del Noreste, Los Zetas, Guerreros Unidos, el del Golfo, el de Juárez, La Línea, La Familia Michoacana y Los Rojos. Ni más, ni menos.
El terror se apodera cada vez más del país a pesar de las promesas políticas de campaña (o por ellas mismas) y las monsergas matutinas “de carácter informativo”. Sí, de vez en vez algún cabecilla es capturado, como si los centros operativos de la GN ignorasen el domicilio y las casas de seguridad desde las que operan los capos de más alta jerarquía. La verdad es que no hay voluntad de aprehenderlos; por algo será.
Esa circunstancia, como ya se observa en Aguililla y Penthaló, está generando una corriente migratoria movida por la desesperación. No es muy distinta de la observada en las columnas migratorias de 2019 y 2020, cuando miles de centroamericanos se propusieron atravesar el territorio nacional con el objetivo de alcanzar suelo norteamericano. Afirmaban los comunicadores que eran expulsados por la miseria (lo cual en parte podría ser cierto), cuando que la verdad, al oirlos lamentarse, era que migran por la violencia incontrolada de “las pandillas”. La Mara, los pequeños cárteles que han pululado en el Triángulo Norte centroamericano. Es decir, migran porque viven aterrorizados, con hermanos y tíos y padres que han sido asesinados por los delincuentes.
Ese panorama comienza a perfilarse en el país. No hay nadie que los detenga. “Sálvese quien pueda”, como decía el buen Jacobo, empieza a ser la consigna nacional.