Cortesia

Por David Martín del Campo.- La fatiga los acompaña. Han transitado por medio país resguardando sus tesoros, ansiosos por llegar con el ungido y entregar el óbolo que guardan dentro de la alforja. Viene de muy lejos, pero acercándose: el más veterano de ellos es el sultán Adán Augusto, montado en un elefante y cargando su corcholata de aromática mirra.

Detrás, galopando en dromedario, lo sigue la princesa Claudia, rigurosa en su ascetismo, llevando en el regazo una corcholata de oro, toda ella, porque es la favorita en el Reino Ismaelita. El tercero es Marcelo, el emir, muy despacito en su jamelgo y apretándose la corbata, pues bajo el brazo preserva su corcholata de incienso.  

    “Ah, ya se anuncia el día de Redención”, dice el primero, al vislumbrar la ambicionada estrella relumbrante.  

    “Sí, sí, porque más vale paso que dure que trote que canse”, masculla su Esmirriada Alteza. “Que si no lo sabré yo”.  

    “Ya verán, ya verán, el ungido sabrá corresponder mis esfuerzos”, recita el tercero, acomodándose las gafas, que se le resbalan con el trote.  

    Y detrás, de pronto, un gimoteo asoma entre la polvareda:  

    “¿Y yo? ¿Y yo?”, porque el infante Ricardo, arrastrando su borrico, los alcanza desde su largo trayecto donde el suelo zacatecano.  

    Sin embargo, conforme van aproximándose, los tres príncipes de Oriente (bueno, cuatro) van topando con uno y otro, y otros pastores que se han congregado alrededor del pesebre. Son miles, cientos de miles, y más allá, en la loma, permanecen estacionados innumerables camiones que los trajeron de los cuatro puntos cardinales. De Guerrero, Tabasco, Veracruz… y corean la frase que llevan apuntada en las octavillas fotocopiadas: “¡Es un honor…!”, porque la fidelidad se paga.  

    “¡Rediez!”, dice el príncipe Adán Augusto, “tanto gentío nos impedirá llegar”.  

    “Y que lo digas, y que lo digas”, lo secunda la magistral soberana, “y yo que ansío el destello de su mirada”.  

    “Todo a su tiempo”, aconseja el que monta en caballo viejo, y canturrea: “…una piedra en el camino, me enseñó que mi destino”.  

    “¡Parejo!”, se queja detrasito el delfín que llegó de Zacatecas, empujando a los peregrinos que le impiden avanzar. “¡Piso parejo”, clama.  

    Así, a trompicones, avanzan los príncipes con sus tesoros, cada vez más estrangulados por la multitud, que dice marchar hacia el zócalo, aunque la verdad, anda como perdida. Adán Augusto, muy sultán, encoge las rodillas; su Majestad doña Claudia trata de calmar al nervioso camello, el emir Marcelo aprieta las bridas de su nervioso palafrén, y el cuarto a pie, saltando y con la rienda tensa de su borrico, suplica a gritos: “¡Piso parejo!… o me voy a otro cobertizo”.    

    Entonces topan con el diablo Lorenzo que, sin abandonar su temple vivaracho, los detiene con el gesto: “¿A dónde van tan temprano? La campaña no ha iniciado, y la ley es la ley. Así que, estimados anteprecandidatos, despacito, ¿eh? Faltan diecisiete meses, ¡por Dios!, y cada cual retornando a donde procede”.  

    Los peregrinos andan confundidos, les prometieron 200 pesos, credencial del Insen, beca Benito Juárez, un bonito discurso para refrescarse de tanto trasiego. Que fueran vestidos de pastores, que corearan las consignas del momento, “¡sí, sí, que mueran los emisarios del pasado!”, ¿o cómo va?  

    Por fin, a empellones, los cuatro personajes logran colarse al pesebre, que es humilde, huele a almizcle, morada del pueblo bueno. Uno por uno van depositando sus aguinaldos, la mirra y el incienso, que lo perfuman todo, el oro en corcholatas de a real, que servirá para costear varios paquetes de Klin-bebé. ¿Alguien trajo el aceite Menen?  

    Y así, entre mugidos y cacareos, logran aproximarse al pesebre que rebosa júbilo y santidad. Se disponen a entregar sus obsequios cuando descubren a otro califa que se les ha adelantado en el trámite. Es el sultán Noroña, que en vez de corcholata ha llegado con su par de fetiches, que llama   en corto “Chango-león”, y que El Bendito, entre paños, le arrebata encantado por el jugueteo. “Cosa de madrugar más primero”, les recrimina.  

    -TELON-