Cortesia espin of

Por David Martín del Campo.- A mucha honra. Agustín Lara se las daba de jarocho, y suyo es el “lamento” que celebra la condición de sus paisanos… “canto a la raza, raza jarocha, raza de bronce que el sol quemó”. Compartía el micrófono con Toña la Negra, y no había problema. Luego las mañas cinematográficas fueron imponiendo los nuevos gustos en Technicolor, y las rubias saltaron al estrellato. Marilyn, desde luego, Doris Day, Jean Harlow, Kim Novak, Jayne Mansfield y Elizabeth Montgomery, la bruja de la televisión.  

    Fue una cuestión cultural, por no llamarla racial. Las rubias conquistaban uno y otro foro, les eran abiertas todas las puertas, conquistaban corazones y contratos. Así que alguien descubrió las propiedades del peróxido de hidrógeno para aclarar las cabelleras, y se acabó el problema. Ya cualquiera podría ser rubio, rubia, gracias a la asiduidad del agua oxigenada.  

    El asunto podría remontarnos a los tiempos del nacional-socialismo alemán, cuando los “científicos” del régimen declararon que la raza aria se situaba como la suprema, por encima de los judíos, los gitanos y los africanos. Ya no se diga los jarochos de don Agustín. Razas superiores y razas inferiores, ¿era verdad? En todo caso quedaría, para la moda y los usos sociales, la preeminencia de las cabelleras rubias.  

    Esta semana ha sido estrenada la película del año. La hermosa Margot Robbie es “Barbie”, la muñeca que ha sido expulsada de Barbilandia debido a que no es del todo perfecta. Luchando contra Ken, el gañán de gañanes, la rubia impecable deberá moverse por este mundo nuestro y sus avatares. La película navega por la ñoñez más extrema, y su éxito sensacional le viene por la nostalgia de los asistentes, que tuvieron en casa una, o dos, o nueve Barbies para conversar en la intimidad apenas caer la noche. Algo así como un homenaje a los años de candor y recato.  

    El fenómeno “Barbie” es de alcances planetarios. Niñas de todos los rincones cuya felicidad estriba en el momento en que desenvuelven la cajita de regalo. La relación que se establece entonces entre la muñeca y la niña es de alcances mágicos. Una niña con su “Barbie” es otra, otra distinta a los tiempos en que no la poseía. Su confidente, su compañera de aventuras, su tutora doméstica, su amiga de toda la vida con la que compartirá sueños y despertares.  

    Ya aparecerá el sociólogo que desglose la relación de la Barbie (nacida en 1959, o sea que es sesentona) con la obsesión femenina de “hacerse rubia”. Abandonar a la muñeca pero, inconscientemente, transformarse en ella. Acudir con el esteticista, Miss Clairol o L’Oreal… rubio cenizo claro o marrón dorado, y listo.  

    No se necesita ser genio para entender ese embeleso femenino. Al “hacerse rubia” la dama en cuestión deja de pertenecer, necesariamente, a la estrofa jarocha de Lara cuando canta aquello de la luna de plata y la raza de bronce. O, en todo caso, de bronce y teñida de rubia, que las hay por millares, y se contonean de lo lindo.  

    Las rubias morenas del país vienen a confirmar ese gusto por ser “distintos” y aspirar a un trato que no se les daría si prescindieran del peróxido. Ocurre con los calvos y sus bisoñés, con las abuelitas escondiendo las canas. La vanidad estará siempre ahí. Como en los espectáculos de prestidigitación, todo deberá cambiar, para quedar como antes.