Por: David Martín del Campo.- La patria nuestra, se equivocaba el poeta jerezano, tiene cada vez menos suavidad. Cierto que tu superficie es el maíz, le recitaba López Velarde, y que en el cielo se pierde el aliento ante “el relámpago verde de los loros”, pero sobre todo nos legó esa cruel estrofa donde pasa del establo navideño que nos escrituró el Niño Dios, a los inmundos veneros que el Diablo nos huachicoleó en Pemex, antes de Pemex, a pesar de Pemex.
Cada sexenio va signado por una ominosa impronta de combustible fósil. Recuérdese el 4 de febrero de 2013 (hace precisamente seis años), con la tremenda explosión en los cimientos de la Torre B-2 de Pemex, en la ciudad de México, y que los atolondrados funcionarios del recién inaugurado gobierno recibieron como mensaje de advertencia. Ahí, ante lo inexplicable y con la promesa de que la justicia se aplicaría “hasta las últimas consecuencias”, lucieron su pasmo. Y nada ocurrió. El saldo fue de 37 muertos, los archivos de la empresa perdidos en el incendio y la causa: la “acumulación excesiva” de gases. Fue lo que aseguraron, entonces, el procurador Jesús Murillo Karam y el titular de la empresa, Emilio Lozoya. Pero ya nadie se acuerda.
Igualmente, el 10 de enero de 1989, en un operativo coordinado, elementos del ejército y la policía federal detuvieron a la dirigencia (entonces) del SNTPRM, Joaquín Hernández Galicia y Salvador Barragán Camacho en su cofradía de Ciudad Madero. Los delitos: homicidio, acopio de armas, evasión fiscal, contrabando de aviones… Así, con esa demostración de fuerza, iniciaba el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, castigando el desliz electoral que había tenido “la Quina” (era un secreto a voces) a favor del candidato del Frente Democrático Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas. Tres años después, el 22 abril 1992, hubo en Guadalajara una serie de explosiones en el drenaje urbano (ocasionado por la concentración de gasolina) en el que resultaron destruidos 15 kilómetros del trazado urbano y los inmuebles aledaños, tragedia que ocasionó la muerte de más de 700 personas… y el destierro electoral del PRI en la entidad. No hubo un solo detenido y la pregunta quedó en el aire: ¿qué hacían esos miles de litros de gasolina escurriendo por el alcantarillado de la ciudad, cuando que desde días atrás la prensa local denunciaba el fuerte olor del combustible en el barrio de Analco?
Y ahora el huachicol y los 125 muertos de Tlahuelilpan.
Como se recordará, el 18 de enero pasado la comunidad de ese poblado participaba en el hurto masivo de gasolina, en aquel ducto roturado de la refinería de Tula, cuando ocurrió la explosión que elevó a nivel internacional el ultraje.
En este, que ya será recordado como el Sexenio del Huachicol, el gobierno se inauguró informando que la delincuencia organizada robaba a Pemex alrededor de 60 mil millones de pesos en gasolina por medio de la “ordeña ilegal” de los ductos, así como la extracción en los centros de almacenamiento. Y que eran reportados como “mermas” naturales del proceso de distribución. El presidente López Obrador, al denunciar ese colosal despojo, aseguró que el quebranto se realizaba en contubernio con los directivos de la paraestatal y que era equivalente al combustible que transportan mil pipas, esto es, 15 millones de litros de gasolina diarios, que eran comercializados al margen de los registros de Pemex.
La cruzada contra el emporio del huachicol ha iniciado, muchos ciudadanos han resentido los efectos colaterales de la ofensiva, y el final de la campaña sigue siendo de diagnóstico reservado. Con Lázaro Cárdenas, con José López Portillo, con Salinas y con Peña Nieto, el petróleo y el destino que tengan sus utilidades seguirá siendo el troquel de su mandato.
Así que por más que el poeta insistiera en eso de que nuestra patria es “impecable y diamantina”, la extracción y refinación del hidrocarburo seguirá pesando como lápida en la estrofa aquella donde el Diablo, insisto, nos escrituró los veneros del petróleo. El miedo, o por lo menos la cautela, no anda ahora en burro, sino en pipa.