Ilustrativa

Por  David Martín del Campo.- Ha muerto Robert Norris, el vaquero Marlboro. El curtido caporal fue la imagen misma de la virilidad taciturna junto a la fogata en las praderas de Nevada.

Vigilaba el rebaño al atardecer, por si atacaban los comanches, y prendiendo el cigarro con la brasa encendida el universo Marlboro abarcaba los cinco continentes. Murió viejo, había cumplido 90 años, en su casa de Springfied, Colorado.

Cuentan que los rastreadores publicitarios dieron con él cuando vieron una foto donde posaba junto a su amigo John Wayne. Y que no fue sencillo contratarlo porque el guapo vaquero, encima, no fumaba. ¿Cómo que pretendían convertirlo en la imagen de esa marca de cigarrillos? Pero sí, fue convencido en 1954 cuando miró aquel cheque de varios ceros, y fue el triunfo, por otros medios, de la nicotina.

    Lo de los comanches, obvio, es una exageración. Desde fines del siglo XIX que habían sido sometidos, cuando no exterminados, y reducidos a las “reservaciones indias” para beneplácito de los turistas y sus cámaras fotográficas. Y con ellos habían corrido la misma suerte los otros pueblos semi nómadas de las praderas… los sioux, los apaches, los wichitas, los cherokes y mezcaleros “empujados” hacia el sur una vez que fueron despojados del bisonte (que fue casi extinguido) del que dependían para su sobrevivencia.

    Indios y vaqueros era el juego infantil, y unos y otros nos armábamos de pistolas de fulminantes, flechas de goma, sombreros y penachos de plumas porque la guerra apache era interminable, un dolor de cabeza para la civilización, así ganase el imbatible Gerónimo o John Wayne agotando el último cartucho de su Winchester.

    Lo ha dicho el ex presidente aymará recién aterrizado en suelo nacional. Que llegó a México para salvar la vida “y al pueblo boliviano”. Es lo que ha declarado Evo Morales pues la persecución en su contra se debe, en sus palabras, “a que soy indio”. Entonces los analistas pierden el estribo y no logran explicar el enredo social en Cochabamba y La Paz. ¿Ha sido un golpe militar? ¿Renunció por impotencia administrativa o por la presión política? ¿Está en ciernes una guerra de carácter abiertamente racial, esto es, de indios contra criollitos? Nada se disipa y la presidenta sustituta, Jeanine Áñez, por lo pronto y como buena “güera balín”, se aclara más y más la cabellera, no la vayan a confundir con una india chorota.

    Nadie hubiera imaginado que entrado el siglo XXI los conflictos continentales fueran de ese orden, étnicos, por decir lo menos, cuando que el mestizaje ha sido la norma durante 500 años de conquista y asimilación. ¿Indios contra vaqueros? ¿Mineros contra industriales? ¿Campesinos cocaleros contra hacendados extensionistas? En México ya tuvimos nuestro sainete en los albores de 1994, cuando el alzamiento del FZLN surgió con órdenes de “avanzar sobre México”, y la bufonada en que terminó aquella pirotecnia sediciosa.

    El lamentable óbito de don Miguel León Portilla nos ha privado de una de las mentes de mayor prudencia en el asunto, que no está resuelto del todo. La bruma de los gases lacrimógenos y las bombas molotov en Bolivia sugieren que el problema es de orden más bien continental. Los indios marginados del desarrollo, y los mestizos y criollos adueñándose del progreso y sus beneficios.

    Por ello la muerte de Robert Norris nos remite a la desaparición de un tiempo en que ese conflicto –indios y vaqueros– representaba el statu quo que debería perdurar por siempre. Los “pieles rojas” que fueron irreductibles en el norte de México y el sur de los Estados Unidos, hasta que los pioneros de aquella pradera inconmensurable decidieron la colonización. La guerra apache que prohijó el nacimiento de ese género cinematográfico que fue el Western de la pistola al cinto y el clarín de la caballería montada al rescate de los aldeanos asediados… Pueblos sin ley donde los apaches han cambiado el caballo por la camioneta blindada.