Por David Martín el Campo.- La guasa, le decían. ¿Lo estás diciendo de guasa, o es en serio? De modo que al bromista había que llamarlo así, «guasón», porque ya lo cantaba Tin-Tán en sus desfachatadas cabriolas, la vida es una tómbola, tom tom tómbola… «Vacilón, qué rico vacilón, cha-cha-chá, qué rico cha-cha-chá».
    La vida como una broma interminable, nada es serio, lo único que salva es la risa. Muestra la mazorca, ja ja ja, me vas a matar de risa con tus chascarrillos. Chaplin vapuleó a Hitler en El gran dictador, Palillo al presidente Alemán en las tablas del Follies Bergere. Échale un vistazo al mundo; ¿no está como para morirse de risa? Cataluña, Culiacán, Boris Johnson y Sarita Sosa escamoteándonos durante días el cadáver de José José. La lógica formal ha quedado extinta, ¡viva la carcajada!
    El estreno de la película El Guasón (The Jocker), protagonizada por Joaquin Phoenix, ha conmovido a más de uno y seguramente lo hará merecedor del Óscar por su desempeño histriónico. La cinta pareciera engañosa… una continuación más de la saga Batman; pero no. El personaje desempeñado por Phoenix resulta una revelación pues todos conocemos a alguien así que, perversiones nos sabemos, resuelven sus crisis con un arranque irrefrenable de carcajadas. El humor como la salvación del más horrendo de los crímenes. En Ciudad Gótica y en Iguala.
    No se trata de una esquizofrenia como tal, no del todo, porque la locura de Arthur Fleck, el personaje, tiene que ver con una infancia de abandono, maltrato y abusos de todo tipo. ¿El resultado? Un edipo de tantos bueno para nada y temeroso de todo. El trabajo actoral de Phoenix, ya lo decíamos, revela un nuevo prototipo que no tardará en tener secuelas. Una personalidad averiada, irremediable, que desprendiéndose del insoportable “yo” opta por apoderarse del payaso como figura expresiva que permite aflorar los temores y los resentimientos más oscuros de la infancia. Ese clown monstruoso capaz de las peores aberraciones en la búsqueda, siempre, de la humorada suprema. Sangre, risa y horror conducidos por un espíritu de reivindicación, por no decir que de venganza.
    Los payasos han sido la fascinación escénica del género humano. Salidos de las pesadillas y de las fiestas más hilarantes, los payasos guardan todas las tristezas imaginables. Son personajes solitarios, mudos, taciturnos, ensoñadores sin remedio. Los niños les temen hasta lo indecible, al tiempo que son subyugados por esa atracción deslumbrante que conjunta el maquillaje extremo, la ridiculez de sus ropajes y la puerilidad insobornable de su razonamiento. Los payasos son tan imbéciles que resultan sabios, tan ridículos que son hermosos, tan tristes que matan de risa. Nacieron para colmar de felicidad nuestra existencia (aunque sea una felicidad de orden frívolo) , y para demostrar que el sustento racional de nuestros actos no es más que palabrería y más palabrería. Lo que perdura es el instinto, el pastelazo al infractor, como celebraba el poeta León Felipe, ay, ¿dónde quedaron aquellos, los payasos de las bofetadas
    Uno de ellos, con pelambre verde, fue el que inició el espectáculo televisado de escarnio al pillastre aquél de los dólares mal acomodados. Luego de Brozo fueron decantándose los gags del Pemexgate, la estafa maestra, la casa blanca y el embarramiento de Oderbrecht por doquier. Payasos somos todos, entonces, con las manos pilladas en el cajón hacendario. ¿Y qué decir de esos bufones enmascarados incendiando autobuses y escaparates, grafiteando monumentos al grito de no se rían de nuestras acciones que vamos muy en serio?
    El Guasón nos alecciona; como se ha disfrazado hasta lo indecible, nadie sabe quién es. O mejor dicho, somos todos mientras no se demuestre lo contrario, al fin que la presunción de inocencia está garantizada por las diez mil cámaras del G4. Así comenzó Chaplin, así comenzó Marcel Marceau, así comenzaron Cantinflas, Bozo, Cepillín y Lagrimita. Disfrazándose escamoteaban su verdadera personalidad, pues sólo de ese modo, embozados, es que patentizan la ridiculez extrema de nuestra credulidad. “Ah, no se preocupen, ya verán cómo las cosas van a mejorar poco a poco”. Palabra de payaso.
    Han sido los profesionales de la risa y desde siempre cautivaron a Federico Fellini. Haenrich  Boll lo retrató en su novela Opiniones de un payaso, y muchos de ellos practican la magia blanca en los cumpleaños infantiles del sábado a mediodía; una segunda chamba de condición furtiva. Así que ahora los guasones irán incorporándose, como en la película, a la vida ciudadana de todos los días. Reírse de nuestra condición irremediable; que es lo que nos hacía falta. Bromas y vaciladas, como cualquier sesión del legislativo. Gracias pues, Guasón tan oportuno, por habernos regalado la dicha de perder la jeta de amargura permanente. Cualquier risa, infantil o macabra, será bienvenida. Juar juar.