Cortesia

Por David Martín del Campo.- Paladín de las libertades –éstas neoliberales y de corte trasnacional–, el espía de espías ya no circulará más en su Aston-Martin lleno de dispositivos militares. Recuerden ustedes aquellos misiles, ametralladoras ocultas y dispersores de humo. Ya no se diga los aparatos de radio que lo mantenían comunicado con Scotland Yard y el M-16, cuando que ahora un simple teléfono celular cumple esas funciones.   

    Eran los años de la Guerra Fría, cuando los enemigos habitaban en la URSS, la China Comunista (así se le denominaba), la incipiente Norcorea del camarada Kim Il Sung buscando la fórmula de la bomba atómica… que finalmente obtuvo.  

    –Bond, James Bond –usaba repetir al presentarse, martini seco en la diestra, extendiendo la mano a todo tipo de beldades perversas ocultando sus artes de Mata-Hari. El mundo libre estaba a salvo gracias a las osadías de este hombre-de-acción surgido del ingenio de Ian Fleming, el novelista que vino a trastornar al género policiaco, hasta entonces dominado por el prototipo aburridón de Sherlock Holmes.   

    Sean Connery era 007, y James Bond era Connery, quien el viernes pasado abandonó su último martini en las Bahamas, a los 90 años de edad. Se fue con la conciencia tranquila… los enemigo de entonces habían sido derrotados, aunque no necesariamente por sus estrambóticas operaciones. La Perestroika anunció la extinción del estado soviético, y el radicalismo musulmán desplazó a las perversidades del comunismo asiático (China, Norcorea, Vietnam) asediando a los laboratorios militares de la OTAN. Ahora lo buscaban para otra misión imposible, su especialidad:  

    -¿No podría incidir en la voluntad del electorado… digamos un 0.5 por ciento, a fin de beneficiar la elección-reelección del güero procaz? Le damos las claves, los códigos encriptados, ya no requerirá de la Beretta .38 para cumplir la misión.  

    Los héroes como Bond han sido indispensables para mantener nuestras conciencias tranquilas. Suponer que allá, en algún sitio de la tenebrosa diplomacia, hay alguien que lucha por salvaguardar nuestra serenidad, nuestras garantías y nuestra libertad, es lo que permite que sigamos respirando. Que no nos digan de qué modo operan, pero que funcionen, llámense M16 ó Cisen, pero que capturen (o eliminen) a los malos, y que priven los derechos emanados en nuestras leyes. Je, je.   

    Labores como la de Mr. Bond han sido las que hoy tienen bien resguardado al asustadizo Emilio Lozoya y tras las tejas al sorprendido general Cienfuegos, que ni la vieron venir… creo.  

    Todos estamos siendo vigilados, no lo olviden: el Gran Hermano orwelliano revisa tus llamadas telefónicas, tus mails, tu consumo del súper, tus reportes al SAT, tu linda cara al ingresar a cualquier centro comercial. Con todo y mascarilla.  

    Sin embargo los agentes 007 de pacotilla no son ya demasiado útiles. Se fatigan, cobran quincenas, se hacen viejos. Aquellos héroes de leyenda quedarán para alimentar nuestra fantasía, nuestras frustraciones y melancolías. Nunca tendremos un Aston-Martin aerodinámico y el martini seco en Bahamas se conformará con una chela entibiándose en el depa donde sobrevivimos como reos por culpa del bicho.  

   No estuvo tampoco Mr. Bond para vigilar al buen Juan Guillermo López, nuestro editor, asesinado ese mismo viernes en el barrio de Cuicuilco nomás por quitarle la cartera. Seguramente le salió lo bravucón, a esas horas de la noche, y lo tundieron hasta matarlo. Quién le mandaba pretenderse como émulo de Bond, al fin que la policía siempre vigila… según decretaron Los Polivoces.  

   Sin Connery viviremos al garete, en la fragilidad permanente, desamparados a pesar de la estampita en la cartera. Nosotros también. Que Dios nos coja amparados. En ausencia del general Cienfuegos y del licenciado Durazo… ¿qué podemos esperar?  

   Malas noticias, Mr. Bond. Sólo malas noticias, y la p… vacuna que no llega. Prepárenme un martini seco, por favor. Con carácter de urgente.