Por David Martín del Campo.- Operan como una suerte de ángeles de la guarda. Están ahí, etéreos, para advertirnos de los peligros, las malas compañías (que sobran), los riesgos de emprender tal o cual empresa. Al final del noticiero aparecen con su cara de inocencia para decirnos que lo imperante será, ni más ni menos, el “aire marítimo tropical”, que es decir casi nada. ¿Cómo se llama ese oficio, el de encargarse del pronóstico del tiempo? ¿Meteorólogos?  

    El del año que inicia es un pronóstico reservado, toda vez que cuando se anuncia sereno y soleado, más vale cargar el paraguas. El carácter falible de los meteorólogos es la norma. Hay que esperar lo mejor cuando anuncian tormenta, y al revés. ¿Qué ocurrió con el nefando Otis de octubre pasado? Nunca pasó de ser una “depresión tropical” aproximándose a la costa guerrerense, cuando en el lapso de horas devino en lo que ahora sabemos. Destrozos y devastación, que no es lo mismo, aunque sí.  

    Al encender el televisor permanezco a la espera del nigromante que me anuncie el devenir de la cosa pública. Sí, tenemos una mujer presidente; sí, hay nuevo mandatario en los Estados Unidos (aunque es rubio y hecho un vejestorio); sí, ya procede la reconstrucción de la franja de Gaza luego de formarse la paz con Hamas. Tan fácil como eso.  

    El pronóstico de este año, sin embargo, no es tan feliz como simplemente ensoñarlo. Alguna vez, al pie de un café-terraza, me tocó presenciar un pleito de mujeres. Una que se levantó de la mesa, fue contra otra que se paseaba muy oronda por la plaza de Coyoacán, le soltó dos vituperios que no se pueden mencionar en estos párrafos, y ¡sopas!, se le fue encima. Al piso, descontones, arañazos, revolcándose sin recato a tirones de cabello y mordidas. Me parece que fue una cuestión de celos, pero no podría jurarlo. ¿Tal vez una discrepancia ideológica?  

    Algo no muy distinto es lo que se prevé para este verano, cuando las campañas electorales estén a todo, injurias e improperios, por decir lo menos, y cuidémosles las manos, porque serán capaces de todo… ellas y sus conciliábulos. Bendita la hora en que nos tocó presenciar una contienda electoral de mujeres, algo inconcebible en 1952 (con todo y PRI y doña Josefa Domínguez en las monedas de 5 centavos), cuando lo masculino era el poder, y al revés.  

    El pretérito puede ser analizado a partir de los vestigios y documentos. Misión de los arqueólogos que, su nombre lo explica, se dedican a desentrañar lo antiguo. El presente es un poco más complicado. ¿Cómo descifrar los hechos mismos cuando están ocurriendo? Es cuando vemos a los reporteros y conductores alzando cejas frente a la cámara tratando de esclarecer las imágenes de patetismo cotidiano. ¿Eso dijo? ¿Eso ocurrió, aquí, en México?  

    El futuro, sin embargo, está imbuido de esencias y magia. Las pitonisas visten velos de misterio, leen el futuro en la caída de las hojas, en el vuelo de un pájaro, en la dirección que toma el humo. Pronósticos y adivinación que, alguien diría, no es más que darle voz a la experiencia. “Ya ocurrió con Echeverría, con Salinas, con Ruiz Cortínes”, nos dirán.  

    Que puede ocurrir cualquier cosa, eso ya lo sabemos. La política es la guerra sin artillería ni fusiles, pero sí las trincheras, los asaltos de infantería, los partes del frente. Y como siempre, habrá un ganador, o ganadora, y el bando perdedor aceptando la derrota a regañadientes. Y la guerra electoral vecina, simultánea, entre los vetustos y achacosos señores aspirando a jurar al pie del Capitolio en enero de 2025.  

    El arte de los videntes pertenece a los gitanos, a las pitonisas, a los espiritistas dueños de la demoscopía. Encuestas, sondeos de opinión, ¿qué candidato, o candidata, es de su preferencia? Llamadas telefónicas anónimas, “este es un instituto de estudios de opinión certificado”, porque los operadores de la cábala miden la dirección del viento, las inquietudes del electorado, pura barometría esotérica.  

    Difícil oficio el de la adivinación electoral, porque hay quienes votan por principios morales, o ideológicos, quienes lo hacen por tradición familiar (“en casa siempre votamos por el de la banderita”), o los que resuelven todo con un volado ante la boleta electoral. “De tin-marín, de do pingüé”.  

    No nos llamemos a engaño, éste del 24 será un año por demás tormentoso donde las señoras ingenieras (a mucha honra) deberán gritarse sus verdades, alguna que otra mentirilla, y sí todas las promesas del cielo de redención. Tormentoso, huracanado, volando faldas y mantones. El pronóstico no es nada halagüeño, y las gitanas que se esconden al anunciarse el primer relámpago.