En su primer día en el cargo, el Presidente Joe Biden presentó al Congreso de Estados Unidos un plan legislativo para modernizar el sistema de inmigración del país.

No consiguió nada, como tantos otros intentos de renovación.

Mientras tanto, el número de migrantes que cruzan ilegalmente la frontera entre Estados Unidos y México alcanzó cifras récord, al igual que la acumulación de casos en el sistema estadounidense de tribunales de inmigración. Las facultades sanitarias de emergencia contempladas en el Título 42, que autorizaron a los agentes fronterizos a rechazar a muchos inmigrantes, terminaron al remitir la pandemia de coronavirus. Y el Congreso ni siquiera se ponía de acuerdo sobre cuestiones tan sencillas como si

Así que los altos cargos del gobierno buscaron soluciones fuera del país, tratando de presentar la inmigración no como uno de los problemas más insalvables de Estados Unidos, sino como una cuestión que debía abordar todo el continente americano.

Se trató de un cambio de enfoque que refleja la fe de Biden en el poder de la diplomacia mundial, y que también puede ser más prometedor para lograr avances, sobre todo teniendo en cuenta que las redes de traficantes conducen cada vez más a familias migrantes de todo el mundo a través del peligroso y a menudo mortífero Tapón del Darién, entre Colombia y Panamá.

“Ninguna nación debería asumir esta responsabilidad sola”, declaró Biden el año pasado cuando convocó a los líderes de 23 naciones que asistieron a una Cumbre de las Américas para presentar un plan compartido sobre migración y seguridad. “Los futuros económicos dependen unos de otros. Cada uno de nuestros futuros dependen unos de otros. Y nuestra seguridad está vinculada de maneras que no creo que la mayoría de las personas en mi país entiendan completamente”.

El Presidente estadounidense busca la reelección y la frontera es un tema importante para los republicanos, quienes describen a Biden como blando en cuanto a la seguridad. Antes de convertirse en Presidente, su participación en la política de inmigración fue relativamente escasa. Antes de una visita que hizo este año a la frontera sur, sólo había estado en el límite de 3.140 kilómetros (1.951 millas) entre Estados Unidos y México durante unas pocas horas durante una parada de campaña en 2008, y no desempeñó un papel significativo en los esfuerzos de reforma anteriores cuando sirvió en el Senado.

Sin embargo, su experiencia en política exterior se remonta a décadas atrás, desde sus años en el Congreso hasta sus dos mandatos como vicepresidente, y eso tiene peso a nivel internacional.

“Ningún otro presidente que se haya sentado en la Oficina Oval tiene el kilometraje, la comprensión, el compromiso que ha tenido Joe Biden en la región. Es sólo un hecho”, declaró Arturo Sarukhan, embajador de México en Estados Unidos de 2007 a 2013. “Ese es un aporte importante que Biden pone sobre la mesa”.
Sarukhan comenta que el enfoque de Biden se ha centrado en el acercamiento y la negociación, mediante el envío de altos funcionarios a la región para mantener conversaciones y a través de invitaciones a Washington. “Biden no ha puesto la pistola en la frente de nadie”, añade.

Pero a los defensores de los migrantes les preocupa que el nuevo enfoque tenga un costo que probablemente pagarán quienes huyen de la persecución y la pobreza en sus países de origen.

“Realmente creo que están intentando gestionar la migración, en lugar de acabar con ella”, afirma Yael Schacher, directora para América y Europa de la organización Refugees International. “Pero gestionar la migración también puede tener consecuencias para los derechos humanos, terribles consecuencias para los derechos humanos. Hay un distanciamiento moral: la posibilidad de lavarse las manos ante un problema si ya no está a tu puerta”.