Cortesia

Por David Martín del Campo.- Maten a Carlos Gardel, eso lo resolverá todo. La patria viste de honor empatándose con las más altas miras de la corrección política. Ha sido publicado un decreto que modifica la Ley  

General para el Control del Tabaco que equipara, en términos prácticos, el consumo de cigarros con el de fentanilo.  

    Sarita Montiel, que fue la sensualidad misma del cine español, hizo famosa la melodía del tanguista argentino en “El último cuplé”, aquella película de 1957 que refrendó la presencia de la actriz en las carteleras. Su personaje habitaba un decadente cabaret, colocaba el cigarro en un filtro de marfil y lo encendía al entonar…  

    “Fumar es un placer, genial, sensual / Fumando espero al hombre que yo quiero… / Tendida en mi sofá, fumar y amar… es mi edén / Dame el humo de tu boca”.  

    Lo que procederá, entonces, será quemar la película, encarcelar a la televisora que se atreva a transmitirla, no hablemos ya de Marlene Dietrich o Humprey Bogart en sus apariciones arrojando fumaradas de provocación.  

    El INSP (Instituto Nacional de Salud Pública) estima que el fumador promedio en México prende siete cigarros al día y gasta cerca de 300 pesos mensuales en el vicio; toda vez que suman 15 millones los fumadores activos en el país, que han iniciado su adicción a los 14 años de edad.  

    El decreto publicado en el Diario Oficial señala que está prohibido “realizar toda forma de publicidad, promoción y patrocinio” de los productos elaborados con tabaco en cualquier medio. El reglamento sanciona incluso que las marcas de cigarros se anuncien en redes sociales o como publicidad subliminal, tanto en producciones de televisión y cine.  

    Desde 1955 las asociaciones médicas en Estados Unidos comenzaron a denunciar que fumar era la causa de la mayoría de los cánceres de pulmón, y que 9 de cada 10 muertes por ese mal se originaban en la exposición indirecta (”humo de segunda mano”) a los fumadores activos. De ahí el acoso implacable que ha tenido la industria tabacalera. Ya nadie exhibe, por ejemplo, las desafiantes fotos de Fidel Castro fumando puro, demostrando así que la nicotina y el marxismo no estuvieron nunca peleados. Pero ya qué.  

    Cuba y tabaco fueron uno, hasta que llegó la repulsa mundial. Por ello fue que en el año 2000, cuando ya se veía venir la confabulación universal contra el cigarro, el cubano Guillermo Cabrera Infante publicó “Puro humo”, ese libro desafiante (“Holy smoke” en inglés), en cuyas páginas celebra la circulación y el consumo de cigarros en la literatura y el cine. En las páginas de esa suerte de autobiografía se revela como un fumador adicto, “fumar no es un vicio, sino un placer, un arte”, y lo mejor fumarse dos puros al día: uno después de la comida y otro por la noche. O sea, Cabrera Infante tenía otros datos que los expuestos en el Decreto del 16 de diciembre pasado.  

    La corrección política es implacable. Además del cigarrillo, se han prohibido las corridas de toros (en la Ciudad de México) y los piropos. Arrasar con el jolgorio de antaño para propiciar la adustez de hogaño. No fumes, no te salgas del carril, no grites ¡Ole!, no acaricies, no celebres la belleza femenina. Abrazos de decreto, balazos de horrorosa eficacia que siembra 80 muertos (asesinados) al día. Sin contar los 31 mil desaparecidos en lo que va del gobierno.  

    La vida como displacer. La distopía no llegará con los zombies, sino con los decretos de prohibición galopante que expulsa a los fumadores de patios, terrazas, balcones, parques de diversiones, áreas de juego y deportes, playas, centros de espectáculos, canchas, estadios, arenas, plazas comerciales, mercados, hoteles, hospitales, clínicas, restaurantes, bares, fondas, paraderos de transporte y “lugares de culto religioso”. O sea, ya sabemos quiénes son los nuevos portadores de la Peste.  

    Ah, Sarita Montiel, sigue fumando mientras me esperas. “Fumar es un placer”, ya lo has dicho, un placer letal: los que fuman se mueren, los que no… también, pero no importa. Arrullémonos con los cigarrillos encendidos, como en el cuento de Julio Cortázar, y que dormidos reviente el incendio mientras guardo el humo de tu boca.