Cortesia

Por  David Martín del Campo.- Apenas se oculta el sol algo comienza a hervirles en la sangre. Pueden llamarse Gregorio, o Albert, o Juana, poco importa. Meses después, cuando son capturados, los médicos del caso reportarán que sufrían de “trastornos psiquiátricos”.

Fue lo que ha ocurrido con el desvergonzado “Juan Carlos N”, cuyos crímenes confesos fueron publicitados el martes 9 pasado.

    Los agentes de la policía tenían localizado su domicilio, en la calle Playa Tijuana de la colonia Jardines de Morelos, como el sitio donde fueron realizadas las últimas llamadas a celular de tres de las mujeres dadas como desaparecidas recientemente en Ecatepec.

El jueves 4 la pareja que habitaba el inmueble salió de casa empujando una carriola. Los detectives se aproximaron a indagar y cuál no sería su sorpresa cuando descubrieron ahí las manos y las vísceras de sus víctimas recientes. Una vez detenidos, fueron conducidos a su casa donde localizaron en la nevera los restos humanos de varias mujeres descuartizadas.

    El sujeto, a quien los medios dan en llamar “el Monstruo de Ecatepec”, estaba casado con Patricia N, retrasada mental de nacimiento y con quien había procreado varios hijos. Luego de ser detenido, el criminal fue entrevistado por un fiscal -testimonio que se ha hecho viral en las redes sociales-, donde el victimario asegura haber asesinado a 20 mujeres y que estaría dispuesto a matar a cien más, porque “las odia a todas” y cuyos despojos “sirven más para alimentar a sus perritos”. En pocas palabras, “que no se arrepiente de nada”, y si lo dejan libre “seguirá matando mujeres”.

    No hay palabras para calificar la cuestión. En todo caso queda el manido recurso de la “psicosis” para tranquilizarnos del horror. La pregunta que queda, luego de revisar el caso, quedará por siempre sin respuesta: ¿por qué?

    La pareja “N”, por lo que se sabe, se dedicaba al comercio de perfumes, elotes, ropa en paca y teléfonos celulares. Luego se ha sabido que vendían los huesos de sus víctimas a un misterioso comprador. Las indagatorias posteriores a la detención señalan que la esposa, además de retraso mental, sufre de “delirio inducido”, por lo que es incapaz de distinguir el bien y el mal. (¿No sería prudente realizar ese examen a nuestros desaforados gobernadores?).

    Juan Carlos, por su parte, señaló que su odio a las mujeres se debía al resentimiento que le tenía a su madre, que de pequeño lo obligaba a vestir como niña… y todo lo que de ahí pueda conjeturarse. Por cierto que ese trauma fue compartido por el célebre Ernest Hemingway, sólo que su complejo lo resolvió de otra manera.

    El feminicida de Ecatepec nos hacen recordar otros incidentes igualmente monstruosos que, sin ir más lejos (como sería el caso de Albert deSalvo, el famoso Estrangulador de Boston que asesinó a trece mujeres en 1962) han llegado a las páginas de la nota roja. El más reciente sería el de Juana Barraza Samperio, la luchadora-enfermera conocida como “la Mataviejitas”, que en 2006 confesó haber asesinado a 16 mujeres provectas. Sin embargo el personaje más famoso sigue siendo Goyo Cárdenas, que en el lapso de un mes (agosto de 1942) asesinó a cuatro muchachitas, incluyendo a su propia novia, de nombre Graciela Arias. Y luego, tan campante, las sepultaba en su jardín.

    El “estrangulador de Tacuba”, ya en prisión, vivió un proceso de rehabilitación pues ahí mismo cursó la carrera de Derecho, se tituló, casó con una conocida, y luego de cumplir sentencia procreó tres hijos. Todo esto luego que en su juventud hubiera inventado, como estudiante de química, unas pastillas “para volverse invisible” que, desafortunadamente, no pudo ingerir el día de su detención.

    Pobres de nuestras madres, causantes de nuestros traumas infantiles que, en lugar de escribir sonetos a la amada, nos impelen a cometer locuras de monstruosa magnitud, como el infausto Juan Carlos a cuyas víctimas extraía el corazón para conservarlo en frascos con alcohol.    

Por ahí andan los monstruos feminicidas, bajo el manto de la noche, que un poco a lo míster Trump se jactan de poderlas todas y con todas, y deambulan por la vida, con absoluta esquizofrenia, rezumando baba y genofobia. Dios nos guarde la hora