Por David Martín del Campo.- Habría que analizarlo. Es un asunto que atañe a los psicólogos, a los etólogos, a la moral (quizá) pero definitivamente a la testosterona y la adrenalina. ¡Ah, el dulce sabor de la venganza!  

         Lo traemos en las hormonas, en el aprendizaje, en tantas películas de charros y bandidos. “Mi territorio es mío, y ay de aquel que ose pisarlo”. Así que la revancha lo gobierna todo, en el fondo, y ya lo gritó José Alfredo al tropezar con aquella piedra hiriente: aquí mi palabra es la ley.  

         Alguien debe estarse relamiendo en su poltrona ahora que la atención está dirigida a las puertas del reclusorio. Una que sale, sí, pero otro que entra… ¡Ah, cómo de que no? La orden de aprehensión llegará con el siguiente timbrazo a la puerta. La razón no importa, eres de ese equipo, de esa gente, de ese régimen, el de los cinco epítetos (neoliberales – conservadores – corruptos – adversarios – enemigos de la patria), fifíes de la peor ralea.  

         Tres años tardó en salir de chirona doña Rosario Robles, y hasta que llegue su agonía obtendrán libertad los huesos de Jesús Murillo. Ya lo decíamos, uno que entra, otra que sale, como las puertas giratorias de un hotel cinco estrellas, salvo el detalle que las camas son de cemento y las frazadas huelen a orines y encierro. Ah, qué gozo ver sus rostros de terror y compunción. Quién les manda militar en ése, el partido de los cinco epítetos.  

         Lo traemos en la sangre, desde los tiempos bíblicos, filisteos y romanos, conquistadores y conservadores, nazis y soviéticos. La verdad habita en mí (en nosotros) y más te vale quitarte de mi camino. Calla, esfúmate, desaparece. Yo nunca olvido, ¿me estás escuchando?, y tus faltas, tus torpezas, tus agravios de antes no serán olvidados por mi depósito de hiel. ¿Los cargos? Para eso está mi equipo de abogados. Malversación, uso indebido, negligencia, abuso de, inexplicable enriquecimiento, colusión, crimen de estado, maestra de la estafa o al revés.  

         Inquina, es el concepto, y se experimento desde párvulos. Tú me robaste un lápiz, la torta, la tarea. No se trata solamente de antipatía, es más que una simple oposición política (aversión, intolerancia) cuando adultos. Nos viene desde Caín y Abel (¿quién mató a quién?), desde Hamlet en Elsinore, desde Julio César y Bruto (“ah, ¿tu también?”) hasta el encarcelamiento, hace cuatro días, del obispo Rolando Álvarez en Matagalpa.  

         La especie humana tiene dos manos, una para saludar, pero cuídate de la otra. Por ello es tan difícil explicar el devenir de la Revolución Mexicana, y los profesores pintaban canas al referir los devaneos que iban de Madero a Carranza, de Carranza a Álvaro Obregón, a Villa y Zapata, a Elías Calles, el único sobreviviente a los disparos a quemarropa. La revolución fue y ha sido siempre rebatiña. Ya cayó la piñata, ¡qué esperas para lanzarte?  

         Un siglo atrás era eso; fusilamientos y emboscadas, ahora está la cortesía de los fiscales y sus agentes de ministerio. Fue lo que le advirtieron a Murillo Karam nomás asomar de su domicilio: “Me identifico con usted, soy un oficial investigador y estoy realizando un mandato de detención. ¿Quiere usted acompañarnos?”. Qué diferencia de cuando Jesús Guajardo, el coronel, citando a Emiliano Zapata en Chinameca porque, en el fondo, se trataba de lo mismo.  

         Así que no nos espantemos. Los que se relamen hoy serán mañana los que clamarán atención médica tras las rejas del reclusorio. Es el trasfondo de libros inmortales como La Ilíada, de Guerra y Paz, de El águila y la serpiente. El poder, el poder, el poder y la ambición. Arrebatar, aniquilar, traicionar. Está en la esencia humana, ya lo decíamos, y un régimen dura hasta que se desmorona y es reemplazado por otro enarbolando algún tipo de promesa demagógica.  

         Nada tan dulce como la venganza, principio de generales y emperadores. Así rodaron las cabezas de Luis XVI y María Antonieta en la Concordia. La orden de ejecución fue emitida por el Comité de Salvación Pública. Y el populacho, feliz al presenciar el espectáculo. Ah, qué dulce el reino del terror, entonces; no hoy. Afortunadamente.