Por  David Martín del Campo.- Anfitriones como ningunos. Los mexicanos destacamos por mostrarnos, en eso de ofrecer la casa al visitante, magnánimos hasta las cachas. Véase la parafernalia para recibir a Joseph Biden y Justin Trudeau en esta que ha sido llamada “la cumbre de los tres amigos”. Yo con mis vecinos, Pepe y Justino, “¿se toman un tequilita?”, que del mantenimiento del condominio luego hablamos.  

Oficialmente llamada Cumbre de los Líderes de América del Norte, la cita de los tres mandatarios viene a cumplir una tradición diplomática de años, en un tránsito ríspido que no limó plenamente asperezas hasta el año de 1942. Como se recordará, en aquel verano México se involucró en la contienda mundial luego del hundimiento del buque petrolero “Faja de oro” y, por lo mismo, nos supeditamos en el plano militar a las acciones de los Estados Unidos en el frente del Pacífico, al combatir contra el ejército japonés.  

Antes de eso, la relación con el gobierno de Washington era todo menos tersa. ¿La causa? Quienes vieron la serie House of Cards en televisión recordarán la respuesta. El drama político por obtener la Casa Blanca es implacable, y en la secuencia del inicio hay un paseo por los monumentos de la capital, deteniéndose varios segundos en la efigie ecuestre de un viejo general con tahalí y casaca. Se trata, ni más ni menos, que del Julio César norteamericano que logró la conquista de la mitad occidental del territorio estadunidense (de Tejas a California). Su nombre: Brevet Winfield Scott, comandante del ejército que derrotó a México en la guerra de 1846-48.  

Desde entonces que permeó el resentimiento. “Nos robaron” la mitad del territorio nacional, argumentaban en el salón de clases, cuando que la realidad era otra pues se trató, ni más ni menos, de una conquista militar. Por ello hacía falta recuperar las buenas relaciones de vecinos. En 1944 la productora Disney lanzó una película de animación, Los Tres Caballeros, donde el gringo pato Donald, el mexicano Pancho Pistolas y el brasilero José Carioca viajan por medio continente acompañados por Carmen Miranda y el trío Calaveras, cantando de felicidad por Río de Janeiro, Acapulco y Miami Beach.  

Así ahora estos tres sonrientes caballeros intentarán enderezar cuestiones que tienen en vilo a la región, como los cárteles de la droga, el cumplimiento de los compromisos del T-MEC y la migración masiva de centroamericanos y caribeños hacia el norte.  

En un toma y daca diplomático, se obsequiarán declaraciones y gestos. Yo te entrego la cabeza en bandeja de Ovidio Guzmán y tú me permites hacer el tonto con el cumplimiento de mis compromisos en la generación de energía. Signo de buena voluntad ha sido el empleo del flamante (¿flamante?) aeropuerto Felipe Ángeles para el aterrizaje de ambos mandatarios, cuando que el sentido común indicaba que se utilizara el AICM.  

En 1947 ocurrió la primera visita de un presidente norteamericano a México, iniciándose así las buenas relaciones entre Harry S. Truman y su homólogo “míster amigo”, Miguel Alemán Valdés. Luego sería el turno de Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, José López Portillo… quien lanzó un histórico rapapolvo al cándido James Carter (por lo que la prensa internacional lo llamó “the angry Neighbor” – el vecino enojón), y así los demás.  

La diferencia es una y simple. El gobierno de Washington tiene futuro y miran hacia allá buscando la felicidad (sí, “la vida, la libertad y la obtención de la felicidad”) de sus ciudadanos, como reza su carta magna. Quizá por ello es que desde sus orígenes proclamó un destino manifiesto –la doctrina Monroe–, le pesara a quien le pesara. Y no echar la culpa al maldito pasado y sus emisarios neoliberales.  

Ahora los tres amigos de Norteamérica buscan presentar una misma sonrisa ante los otros polos conflictivos del orbe (China-Taiwan Rusia-Ucrania), sugiriendo que las cosas están bien acá y van a mejorar. Habrá que ver, sólo que hoy no está Walt Disney para producir la película amenizada por Mariah Carey y Los Angeles Azules. Ni modo.