Por David Martín del Campo    Y al tercer día resucitó de entre los muertos, refiere el nuevo testamento, para legarnos así su último milagro. Es un asunto de crédulos, porque a partir de entonces lo que siguió ha sido la evangelización de medio planeta en la erradicación del politeísmo. Dicen.

     Cosa de creerlo o no. Resucitar para cumplir con los pendientes, ah, quién pudiera, porque siempre quedan proyectos por cumplir y lo que falta, para variar, es tiempo. Vivir doscientos años con salud y visitar tres veces Jerusalem. Algo así como una segunda oportunidad, eso de renacer para ya no perder el tiempo.  
    
Es lo que se ha anunciado en la primer homilía, concluida la semana mayor: que como no fue aprobada la iniciativa de reforma eléctrica, entonces quedará un nuevo proyecto de ley (idéntico) para que sea propuesto en 2025 por el nuevo Presidente (o Presidenta) que de seguro saldrá de las filas del partido Morena. Si no fue en la primera intentona, será en la segunda, se aseguró en el púlpito mañanero.
     Resucitar lo antiguo, retroceder a los buenos años de predicación tercermundista, países ricos y nosotros, que ya verán, con la Carta de Deberes y Derechos Económicos de los Estados, propuesta por el presidente Echeverría ante la ONU, el Universo se trastocaría en aquel septiembre de 1973. Al fin que no hace falta resucitarlo; aún habita en San Jerónimo, admirando su piscina, luego de soplarle al centenar de velitas de su pastel onomástico.      El refrán es ruso y guarda una verdad de monumento: “Alguien que busca revivir el pasado, es como aquel que vive persiguiendo al viento”. Recuperar la soberanía Juarista, el ardor justiciero de los hermanos Flores Magón, el ánimo nacionalista de Lázaro Cárdenas… hace 88 años.      Y si en ruso lo queremos entender, ¿qué mejor ejemplo que el del hijo de doña Vera Nicolaevna Putina (ver reportaje en el diario La Razón), quien se ha propuesto reencarnar a Pedro I, el Grande, el zar que invadió y conquistó para la gran Rusia la nación los territorios del Báltico y el Mar Negro, entonces en manos del imperio otomano. O José Stalin, que “sovietizó” media Europa (Polonia, Hungría, Rumanía) al desplazar al ejército de Adolfo Hitler. Resucitar a la antigua URSS (aunque en manos de la corrupta plutocracia nacida a partir de 1990), ensanchar su territorio con un criterio “rusificador” no muy distinto al anschluss esgrimido por el expansionismo nazi en el periodo 1939-1943.      Resucitar o no resucitar. El sueño “nacionalizador” del presidente López Obrador en torno a la industria eléctrica se ha venido al suelo. Seguramente lo soñó en campaña; trascender en la historia patria al parejo de Lázaro Cárdenas cuando la nacionalización de las 17 compañías petroleras que dominaban la industria extractiva y de refinación, al crear el monopolio de Petróleos Mexicanos. Pero 1938 no fue 2022; está más que visto.      Lo aseguran los sabios: salvo en el caso del Quijote de la Mancha, “nunca segundas partes fueron buenas”, de manera que pretender los ropajes heroicos del pretérito no invita más que a imaginar torpes marionetas de aquellos que se llamaron Fidel Castro, Catalina la Grande, Benito Juárez, Nikita Kruschev y, en el peor de los casos, Benito Mussolini, que no pudo consolidar el Imperio Italiano con sus conquistas en Abisinia, Somalia y Albania.      Resurrección, que a eso se resume la efeméride. El momento lo es todo y no tiene mayor sentido exhumar cadáveres, por más gloria que los acompañe. ¿Y si Jesucristo no resucitó? En todo caso el Evangelio refiere que durante cuarenta días tuvo apariciones “visionarias”, para definitivamente ascender a los cielos y aposentarse a la derecha de Dios Padre. Se acabó la celebración.      El ánimo resucitador, la verdad, no tiene mayor futuro. La guerra en Ucrania es aún de pronóstico nebuloso, pero la población de los cosacos no olvidará, durante generaciones, la felonía militar encabezada por el nuevo Vladimir. El futuro no depende de las resurrecciones. El futuro es absolutamente proyecto, fe y coraje. Ganas de construir, no lo contrario.