Por  David Martín del Campo.- Tenía 42 años cuando decidió la expropiación de las compañías inglesas, norteamericanas y holandesas que operaban en la cuenca del Golfo. El general Lázaro Cárdenas era un estratega admirable y cuando anunció, aquel 18 de marzo, la nacionalización de la industria petrolera, como en el pasaje bíblico “todo se había consumado”.

    La guerra estaba a la vuelta de la esquina. Alemania se anexaba los Sudetes y el territorio austriaco, de modo que un particular conflicto en la vacilante Latinoamérica no iba a distraer la atención de las potencias ante la inminente conflagración. Fue, por ello, junto con la reforma agraria, la otra gran conquista del régimen revolucionario surgido de las luchas de 1910-16, y que imperó durante un siglo.

    Los periodos de desarrollo que hubo en ese lapso, de 1938 a nuestros días, mucho le debieron a Pemex su halo de bendición. Pemex operó como la “caja chica”, por así decirlo, de sucesivos gobiernos que hallaron en sus arcas el sustento para uno y otro plan de desarrollo, y la consabida corrupción que derramaba la pujante industria.

    El poeta lo supo decir con claridad en su estrofa que celebra a ésta, ya no tan Suave Patria… “el Niño Dios te escrituró un establo, y los veneros del petróleo el Diablo”.

El siglo XX fue el siglo de la combustión interna. Con la invención del automóvil y su comercialización masiva a partir de las innovaciones de Henry Ford, los vehículos automotores fueron el alma misma de la civilización. Tener auto era lo mismo que poseer al planeta; se podía viajar a todos los rincones y el coche operaba como una extensión del confort hogareño. De ello han escrito pensadores como Marshall MacLuhan y Michel Foucault, y buena parte de la narrativa de ese siglo giró alrededor del fenómeno: el motor de gasolina como un elemento esencial de nuestro desplazamiento, del comercio mismo y del concepto que se erigió como emblema de la época: la velocidad.

    Gracias a la gasolina era posible estar en todas partes, conquistar nuevos territorios, y vivir varias vidas en distintos sitios. ¿Quieres ir a Acapulco? El bienestar fluctuaba alrededor del precio del litro de la gasolina y todos quisimos (desdeñados los caballos de otrora) tener un auto más moderno, más veloz, más ostentoso.

    Es la cuestión de fondo que ahora mismo se dirime. ¿Renunciar a los privilegios del automóvil para paliar el fenómeno del calentamiento global? ¿Instalar más refinerías para producir más gasolina que prohíje la multiplicación al infinito de los autos? ¿Supeditar la vida misma a los derroteros que tome la industria automotriz?

    La expansión de la industria petrolera determinó en mucho la concentración de los nuevos polos de poder: Poza Rica, Tampico, Coatzacoalcos, Salamanca, Tula y, de algún modo, Azcapotzalco (cuya refinería fue liquidada por el gobierno de Salinas de Gortari argumentando condiciones ambientales). Recuérdense fenómenos como el del yacimiento de Cantarell, en la sonda de Campeche, y que durante diez años significó ochenta centavos de cada peso que el país ingresaba por comercio exterior. Recuérdese el incendio fuera de control del Ixtoc II, el pozo que mantuvo en jaque a Pemex durante la mitad de 1979, y olvídese el incendio de Tlauhelilpan, en enero pasado, que ajustició a los cientos de pobladores que acudieron a la rapiña del “huachicol” en condiciones de nefasta memoria.   

    A eso se refería López Velarde cuando prevenía de la condición demoniaca de los veneros que nos escrituró la madre naturaleza. Ahora los informes, por más optimistas que se pretendan, no hacen sino corroborar la circunstancia de quiebra técnica en que operan la mitad de las instalaciones de Pemex. En 40 años la producción ha caído de 3.4 millones de barriles diarios al millón 623 mil barriles de hoy.

La sobre explotación de los yacimientos, que es la manera elegante de nombrar la ambición, no hizo sino confirmar la actitud expoliadora que heredamos de los tiempos de la Conquista. Oro, plata, petróleo; no podríamos vivir de otra forma sino despojando a la Patria de sus veneros. Quizá va siendo la hora de cantar, con el poeta, aquel verso donde celebra (en tiempos previos a la autosuficiencia alimentaria), “tu superficie es el maíz”, porque la Patria, con todo y nacionalizada, es impecable y diamantina.